Condorito, chilenidad y procesos sociales. 75 años de vigencia
La “chilenidad” es un constructo tan huidizo como complejo a la hora de definirla, y probablemente donde mejor se le puede identificar sea en personajes de la cultura popular, pues en su desarrollo e identificación, se encuentran elementos del Ser que se refleja en aquellos rasgos.
Del panteón de héroes y antihéroes que cuentan nuestra
iconografía popular, Condorito debe ser de lo más representativo. Si lo situamos
desde una perspectiva histórica -Chile republicano tiene 200 años- este personaje
cumplió 75 a fines de agosto, es decir un tercio desde la independencia, que
además si se mide en la profundidad y vigencia de sus características, del
lenguaje y los modos de ser descrito en sus viñetas, que desde 1949 han estado
presentes como reserva de aquellos elementos culturales que nos hacen ser
habitantes de Chile, y esto en un horizonte globalizado donde muchas muestras
de localidad se disuelven entremedio de la mercadotecnia, hace de Condorito un
hito imposible de alcanzar por otro producto similar.
Jorge Montealegre describió a Condorito como un personaje
nacido “para… llevar en su inconsciente profundos antecedentes atávicos que
le garantizan un espacio en nuestro imaginario” (Revista Latinoamericana de
Estudios sobre la Historieta, N° 1 de 2001). Será por esta permanencia, por el
periodo que abarca su vigencia, que se puede medir la correlación, además, del
modo en que ha sido presentado en el transcurso de estas décadas.
Una de las características que tiene el modo de ser desplegado
en las viñetas, aparte de ser historias autoconclusivas, es la flexibilidad en
cómo se presenta para poder desplegar el gag, los oficios o profesiones
diversas que muestra en cada narración. José Palomo en un artículo sobre humor
gráfico (Revista Araucaria 27 de 1984) lo señalaba como un rasgo crítico: “A condorito, un desempleado y pobretón, le ha ocurrido
lo que a Cantinflas: fue perdiendo parte de su comicidad a medida que salió de
su ambiente original, a medida que se fue “desclasando” … en efecto, ya no es el Condorito que
habita una choza miserable. Puede ser médico, cantante de ópera, millonario,
General; tener el ropaje que sea necesario para colgarle el chiste que se tenga
a mano…”. Pero tengo la idea que aquella característica que asomaba como un
travestismo operativo que proponía Pepo, tiene otra significación que va por el
lado de ser un reflejo de la mutación social que vive Chile desde mediados del
siglo XX, recogiendo elementos de la aspiración modernizadora que inunda a
sectores populares y medios de la sociedad chilena, que en la medida que
aspiran a mejorar condiciones materiales, propuesto por los programas
modernizadores desarrollistas que se desplegaron justamente desde la década de
1930, se proyectan con las formas de presentar al personaje, y a su entorno que
con los años se complejiza -en actividades profesionales u oficios- y determina
también el hábitat social del antropomorfo.
Esta característica, su manifestación
en distintas actividades, se cuentan centenares, desde las sencillas y
sacrificadas a otras más complejas y sofisticadas, de jornalero a conductor o
astronauta, al llegar a este abanico de representaciones tuvo que pasar por una
evolución, un despliegue de formas que eran expresión de los propios intereses
del equipo de creativos, guionistas e ilustradores, pero especialmente de quien
fundó los elementos de identidad, Pepo René Ríos Boettiger, un hombre del siglo
XX, nacido en Concepción en 1911 en un entorno provinciano pero en un círculo
social estimulado, su padre era médico y su tío Juan Antonio Ríos, llegó a ser
presidente, pueden dar una idea de que la experiencia vital del creador del
personaje fue determinado por aquellos elementos políticos, sociales y
culturales de la época de formación, y que se refleja en el despliegue de su
creación.
En este sentido, se dan
dos formas de despliegue evolutivo en los que se pueden identificar procesos
modernizadores especialmente hasta fines de la década de 1990. Uno sería el
proceso de transformación que implicó la migración campo-ciudad que justamente
se consolida desde la mitad de siglo, que se puede observar en aquellas
costumbres típicamente campesinas que se dan en torno a Pelotillehue -el pueblo
dormitorio- que en el avance de las historias comienza a ser retratado como una
ciudad en regla, con los conflictos propios de su urbanidad.
La primera historia -del 1
de agosto de 1949 en revista Okey- describe un conflicto típicamente campesino
y popular en el sentido de la habitualidad de los elementos: un sujeto que
camina por una calle de noche y escucha el clo-clo de una gallina. Por la
acción que se observa en esa primera página las características discursivas de
la narración, algo que Luis Gasca y Román Gubern denomina instante durativo,
es decir aquella porción de espacio que es delimitada en la viñeta y que
permite, al igual que el encuadre de una película mostrar elementos que ayudan
a explicar la acción, que unido a la formulación de un estereotipo -una
imagen o idea simplifica, estable y ritualizada- permite, sin ningún
diálogo saber que salta la vaya de madera y roba la gallina.
En la siguiente página
concluye la historia con dos giros. Por una parte, el que suponemos es un
hambriento -practica lo que se denomina un hurto de necesidad, si no fuera por
el salto del cierre de la propiedad- no es capaz de liquidar el animal, de
hecho, tiene un cuchillo sobre su costado y solloza ante la súplica de la
gallina que le señala ser madre de 12 hijos. En este dilema resuelto en favor
de la víctima, decide regresar y devolver la agradecida gallina, pero se
encuentra con un policía -carabinero- que lo aprehende por lo que se supone es
un robo en ejecución. La historia termina con nuestro personaje tras las rejas
y en un globo de nube en que muestra al funcionario policial disfrutando la
carne del animal robado.
Más allá de las posibles
implicancias explícitas que relacionan la actitud del personaje popular con la
autoridad, un comportamiento que aunque impulsivo, finalmente correcto en
cuanto a perdonar a la gallina, por otro lado el acto corrupto del funcionario
no deja dudas sobre el contrapunto.
Pero hay un segundo tipo
de aproximación, y tiene que ver con que, desde esa lejana primera historia, el
rasgo primario de actividades de Condorito se comienza a enriquecer y complejizar,
con otros avatares, el travestismo que criticaba Palomo en la década de 1980, un
mayor rango de roles, profesiones y oficios que se recogen de los propios
contextos sociales en los que son creadas aquellas historias, y que probablemente
pudieran servir -es la hipótesis que sostengo- como un termómetro de la
temperatura transformadora de la sociedad chilena, con crisis políticas y
económicas de por medio, que se ven reflejado en sus gag.
En este punto es útil el
trabajo de Walter Benjamin, en “La obra de arte en la época de su reproducción
técnica”. Ciertamente que si cambiamos la técnica de reproducción “cinematográfica”,
que es una de las tecnologías a las cuales se refirió para elaborar su concepto
de “aura”, y situamos ahí mismo el “cómic”, podemos entender el calce con la
siguiente cita: “Entre las funciones sociales del arte, la más importante es
la de establecer un equilibrio entre el hombre y el sistema de aparatos. El
cine resuelve esta tarea no sólo con la manera en que el hombre se representa
ante el sistema de aparatos de filmación, sino con la manera en que, con ayuda
de este, se hace una representación del mundo circundante.”
Es probable que detrás del
trabajo creativo de Pepo y su equipo no existiera ni de cerca una intención por
hacer una crítica, reflexión social o política de la realidad en la que
habitaban ellos y sus personajes, pero es cierto que del modo como lo señala Benjamin,
la fuerza de los símbolos que sostiene a Condorito y su hábitat, lo hacen acreedor
de ser un genuino representante de la chilenidad, y los procesos de transformaciones
sociales de las últimas 7 décadas.