El miedo produce una nueva realidad desde el fascismo
S.M. padece una lesión en la amígdala, estructura neuronal especializado en las reacciones emocionales, entre las que se cuenta el miedo. Esta lesión ha distinguido a esta mujer como una persona que no siente miedo, bajo ningún estímulo provocado (ver detalles en la crónica que se acompaña en este post).
Leer esta nota me permitió reflexionar con una cuestión que
está cada vez más presente, y determinante, en fenómenos políticos de esta
coyuntura histórica, el uso del miedo como insumo de construcción como
alternativa de proyectos de poder, específicamente desde la derecha.
Se ha señalado que en periodos específicos (por ejemplo, el
ascenso del fascismo en Europa en el 1920: ascenso de la ultraderecha desde
2008) cuando se difunden relatos de peligro, quienes detentan o disputan el
poder son los que se favorecen, al señalar el “origen” del miedo que en ese
contexto se provoca. Es una superposición de elementos que se articula como un
guion: primero el señalamiento de un peligro, generalmente un fenómeno social
(delincuencia, violencia, cesantía o el impacto colectivo de una catástrofe
natural) que provoca la alerta de las personas y el grupo o comunidad; sobre
ese estado de alerta, el miedo a lo incierto, aquello que es señalado como lo
incontrolable; la respuesta es una alternativa que generalmente se da por medio
de imponer una fuerza de mayor magnitud.
Por cierto, que este mecanismo muchas veces puede tener una
base objetiva, en tanto existe una ruptura de la cotidianidad en un entorno,
nosotros en los países de la costa del Pacífico la ocurrencia de terremotos,
tsunamis u otros cataclismos, el miedo empuja a la urgencia, a una respuesta
instantánea que la autoridad espera en los planes de contingencia. El problema
surge cuando grupos políticos utilizan este esquema para instalar sus agendas,
imponiendo programas que pretenden girar una cierta trayectoria histórica.
Hoy el mundo occidental vive una especie de viraje que se
nutre del miedo como mecanismo de movilización.
El sociólogo Frank Furedi en el libro “Cómo funciona el miedo”
(Rialp, 2022), analiza la cultura del miedo como herramienta política, describe
que de todos los tipos de miedo, el que provoca la posibilidad de la “muerte”
es tal vez el más atávico de todas sus formas, más que las “pruebas” que se le
impuso a S.M. para establecer hasta qué punto su condición era fisiológica o
filogenética, es el temor incontrolable al enfrentar la muerte la que empuja a
desprenderse de barreras éticas con tal de “recuperar” el orden amenazado o
perdido, la idea del golpe emocional colectivo y la respuesta de autoridades y
corporaciones para validar políticas neoliberales, lo analizó de un modo
contundente hace casi dos décadas Noemí Klein en “La doctrina del shock”. Pero
esta coyuntura avanza algunos pasos, no espera que los acontecimientos se
generen para que sobre aquel estado de calamidad las autoridades impongan
recetas que en estados de “normalidad” no las tolerarían, acá la dinámica es
empujar estados subjetivos para que aquella realidad se conciba como
indispensable para la recuperación de aquello que se ve perdido, en este caso
la “seguridad” de que no moriré, o al menos la integridad propia o del círculo
familiar estará a resguardo.
En Europa, y en general en occidente, este esquema fue
desarrollado en la década de 1920 por los fascismos, el miedo a las etnias
impuras, a los bolcheviques, a la guerra, la muerte y el hambre. Un siglo
después, al parecer, el guion resurge en este nuevo contexto de
hiperconectividad, y el resultado es similar: ante el miedo, la respuesta tolerable
es la fuerza contra aquel enemigo que provoca el peligro.
La exposición instantánea de contenidos audiovisuales que
muestran en tiempo real el acontecimiento, con imágenes perturbadoras que
describen crímenes, en un envoltorio anómico que sitúa el peligro a un paso,
genera tal estado de miedo que si algún político promete resguardar el orden,
incluso a riesgo de restringir mis derechos ambulatorios, se estará dispuesto a
embargar aquellos derechos.
El miedo de S.M. es un estado fisiológico, una atrofia puntual
que la transforma en un caso excepcional, pero el miedo es ante todo un
mecanismo evolutivo de sobrevivencia, y tiene un componente colectivo que es
decisivo al momento de responder a las alternativas políticas, y de esto las
derechas y el fascismo sabe sacar provecho.