Perro Negro Matapacos una disputa por la historia, representación popular


La figura del perro “Negro Matapacos” está en disputa, y con esta polémica se pretende cerrar el círculo sobre la significación no solo de este personaje, sino que de aquellas representaciones, fácticas y simbólicas, que legaron la rebelión de octubre de 2019 en el imaginario popular en Chile.

Por cierto, es que de este tipo de disputas, en particular, sobre el sentido y alcance de las representaciones populares que surgieron al calor de la rebelión/revuelta/revolución (el carácter específico del proceso que se vivió desde octubre de 2019 está aún en debate) sucede habitualmente que las iconografías hegemónicas son cuestionadas -arte, monumentos, edificaciones patrimoniales- del mismo modo como se rechazan las formas de representación institucional, el viejo orden cuestionado y aborrecido, que en esa eclosión violenta y muchas veces sin conducción centra la fuerza destructora contra aquellos símbolos.

Imagen obra de Francisco de Goya
llamada "No sabe lo que hace" 1815-1817
El historiador del arte Dario Gamboni, reflexiona sobre el alcance del impulso disruptivo que acompañan acontecimientos transformadores, como fue la Revolución Francesa, la revolución Rusa, o el periodo de desmantelamiento de los socialismos reales, con el arte del antiguo régimen -el orden cuestionado- el esfuerzo que significó para los revolucionarios el centrifugar aquellas capas que representaban las élites políticas, económicas, nobiliarias o eclesiásticas, para sobre aquellos escombros construir nuevas formas de representación. El vandalismo iconoclasta es propio de las formas de expresión de las masas iracundas que pretenden, en el mejor de los casos, doblegar una realidad social que los acongoja, es en ese impulso que caen las estatuas, los museos, los edificios que se encuentran en los alrededores del circuito de la movilización, algo que quedó claro en el periodo que siguió a octubre de 2019. Pero en estos procesos no solo se cuenta la destrucción del “viejo arte” -en condicional al exponer la ambigüedad de las categorías que sostienen el canon oficial sobre el arte, sin ir más lejos la polémica surgida por la exposición «Una vida», del artista Arturo Duclos en centro cultural Lo Matta en Vitacura, fuertemente cuestionada con conceptos como glorificación del “octubrismo”, vulgar y sesgada-, también requiere reconfigurar ese espacio simbólico indispensable en la construcción de una identidad que surge del caos, un nuevo orden.

Dejando claro que el carácter preciso de los acontecimientos que se vivieron en esos casi 6 meses de efervescencia disruptiva no está sancionado del todo, podríamos estar de acuerdo al menos en el sentido transformador que se imprimió en aquellas jornadas, que a partir de la violencia incontenida se pretendió buscar cambios estructurales que por la vía de la institucionalidad en crisis fue llevada por rumbos que nos tienen en esta coyuntura histórica, lo cierto es que se alcanzó a mostrar una iconografía novedosa que representaba aquellos sentimientos.

Enzo Traverso sostiene la idea que respecto de la violencia de los procesos revolucionarios se cuentan dos momentos, uno que es la destrucción del viejo orden, que se expresa en el desmoronamiento de los símbolos, la destrucción de formas que representan aquellas estructuras, pero al fin llega una pars construens, es decir una etapa constructiva, si se quiere, de la destrucción iconoclástica de aquellos símbolos, surge el nuevo orden. En nuestro caso estamos en la parte transitoria, en la que sectores reaccionarios pretenden reconstruir los símbolos caídos, pero las figuras que alcanzaron a ser montadas deberán recorrer el camino hasta el establecimiento de representaciones sintéticas del esfuerzo que significó la rebelión antineoliberal.

Busto de Marianne

Pero volvamos a los símbolos de los procesos que nos toca reconocer. El sociólogo Richard Sennett en su obra “Carne y Piedra: el cuerpo y la ciudad en la civilización occidental” describe para el caso de la Revolución Francesa, el ejemplo de Marianne: “De entre todos los emblemas revolucionarios, como el busto de Hércules, Cicerón, Ajax y Catón, que salpicaban el paisaje de la Revolución, el pueblo se sentía especialmente atraído por la imagen de una ciudadana ideal llamada Marianne. La imagen de Marianne aparecía por todas partes. En los dibujos de los periódicos, en las monedas, en las estatuas públicas dirigidas para reemplazar los bustos de los reyes, papas y aristócratas, su imagen estimulaba la imaginación popular porque otorgaba un significado nuevo y colectivo al movimiento, al flujo y al cambio que se producía…”. Esta construcción icónica respondió al contexto histórico y cultural en que se desarrolla la revolución en Francia, y el mismo significado específico de qué representaba en aquel entorno, donde ser mujer ya tenía un sentido centrípeto, en un orden social eminentemente determinado por la presencia de lo masculino, debió impactar para aquel orden que fuera ella un miembro del pueblo alzado -probablemente una proyección de la pequeña burguesía empobrecida y sublevada.

El significado específico de cómo un perro quiltro, de pelaje negro, que una década antes de octubre de 2019 acompañó las primeras movilizaciones de los estudiantes y ladraba a las fuerzas de la represión The Clinic (https://www.theclinic.cl/2012/11/06/la-otra-vida-del-negro-matapacos/) sea un símbolo tan reproducido y representado en estos años da indicios claros que de un modo similar a como se instalaron las figuras del panteón de héroes y heroínas  populares, como la Gabriela Mistral empoderada, Catrillanca, la bandera wenufoye o distintos representantes de la Primera Línea, sea especialmente destacadas las características y cualidades de este can, la que mejor aborda los sentimientos colectivos de los alzados.

Pero esta disputa ha permitido exponer una serie de lecturas reaccionarias del más variado calibre, todas unidas por una forma de restauración contrarrevolucionaria en el sentido de reinstalar -físicamente- aquellos símbolos que fueron derribados en el periodo de la revuelta, y ciertamente que atacar lo que representó el Negro Matapacos aparece pertinente en esta coyuntura, en que las convicciones de las autoridades progresistas han dado paso a las ambigüedades discursivas.

A modo de ejemplo, dos exponentes del pensamiento de la recomposición reaccionaria.

El columnista Patricio Navia, a raíz del asesinato de tres carabineros en abril de este año, publicó en el medio El Libelo (https://ellibero.cl/columnas-de-opinion/el-perro-negro-matapacos/)  una reflexión que apuntaba al sentido explícito de la identidad del can “matapacos” para constatar, de modo mecánico que para quienes sienten algún grado de simpatía o representación, se les debe subsumir como validadores de crímenes como los acontecidos en el wallmapu.

Un poco más lejos llega la filósofa Nancy Oporto en Ex Ante (https://www.ex-ante.cl/negro-matapacos-arcaismo-epidemia-psiquica-y-aniquilacion-por-lucy-oporto-valencia/), publicó en abril de 2023 “Negro Matapacos: arcaísmo, epidemia psíquica y aniquilación”. En clave arquetípica, intenta situar desde el constructo sicoanalítico junguiano un vínculo entre conciencia y pulsión violenta: “La imagen de Negro Matapacos coincide significativamente… con un estado de la psique colectiva chilena.”, rematando esta hipótesis con: “Esta imagen concentra lo más abyecto del octubrismo. Es su núcleo, en cuanto instintividad sin espíritu: un perro cuya esencia es matar carabineros, un perro asesino, pero en el marco de una victimización manipuladora largamente vociferada, que legitimaba la destrucción a mansalva.”.

La conclusión que se desprende de este último fragmento citado es singular, usando el camino ampuloso de la teoría jungiana -de la que me declaro especialmente atento por sus posibilidades especulativas- llega a una síntesis similar a la formal hipótesis política de Navia: que el adjetivo de la denominación del quiltro sería expresión concreta del asesinato en sí mismo, y no expresión del hastío popular por el orden social que agobia a la población postergada por las élites que despertó el 2019, y los valores que encarna aquel animal, fidelidad y camarería, valores que no nos expone a las dobleces ni a las vueltas de carnero, es lo que se ve en él, distinto a cómo se expresa la institucionalidad cuestionada -postergación en los compromisos asumidos, corrupción, violencia simbólica- que en su forma más inmediata se expone en la represión estatal que reciben justamente del cuerpo de carabineros.

En tiempos de porosidad discursiva, de claudicaciones programáticas y de verdades a medias, es necesario reivindicar aquellas figuras que se fortalecieron al calor de la fogata que intentó derrotar un orden social y político en crisis, que por el arte de la política elitista logró una oportunidad de postergar lo que parece inevitable, que tarde o tempranos deberá concluir el proceso de descomposición, el neoliberalismo es el viejo orden, sus símbolos están por doquier, y los nuevos símbolos son justamente aquellos que se pretenden borrar, uno de los cuales aún ladra fuerte contra la representación del poder oficial.  




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Dario Gamboni: “La destrucción del arte. Iconoclasia y vandalismo desde la Revolución Francesa”, Ediciones Cátedra, España 2014.

Richard Sennet: “Carne y piedra. El cuerpo y la ciudad en la Civilización occidental”, Alianza Editorial, España 2019.

Enzo Traverso: “Revolución. Una historia intelectual”, Fondo de Cultura Económica, Argentina 2022.

The Clinic https://www.theclinic.cl/2012/11/06/la-otra-vida-del-negro-matapacos/

El Libelo https://ellibero.cl/columnas-de-opinion/el-perro-negro-matapacos/

Ex Ante https://www.ex-ante.cl/negro-matapacos-arcaismo-epidemia-psiquica-y-aniquilacion-por-lucy-oporto-valencia/


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