Piñera, su canonización y la memoria popular
La historia, como disciplina, es posible con metodología y la perspectiva del historiador para situar hechos, ciclos y personajes -procesos- en una determinada ubicación, siempre con la posibilidad de ser revisada y reinterpretada en cada generación. Por cierto, que en esta disciplina no existe una síntesis absoluta, ni un consenso total de aquello que es objeto de su interés, esto hace que se den disputas sobre el significado de aquellos procesos a los que se refieren.
De estos últimos, que se encuentran en disputa por lo reciente
de los procesos, pero que en una mirada política para el mundo popular no
debiera resistir cuestionamientos, es sobre el carácter y significado de
Sebastián Piñera, especialmente en el contexto de la rebelión de octubre de
2019, y la represión con la que fue respondida.
Con su fallecimiento, asistimos a su canonización laica, la
denominan republicana, con un esfuerzo hagiográfico de por medio, la escritura biográfica
de un beato alzado en los altares que según sus hagiógrafos -las élites oficialistas
y las que juegan de opositoras- este sería la representación del demócrata ejemplar,
una autoridad respetuosa del sistema política y además -se escucha de sus empleados
y familiares- un gran ser humano. O simplemente debemos confirmar que no existen
muertos malos, según el aforismo popular.
Pero lo que la memoria popular deberá consignar, y llegado el
momento, los historiadores reflexionar, es que Piñera fue muchas cosas menos un
demócrata ejemplar, o un personaje del cual el pueblo debiera sentir orgullo.
Por lo pronto fue un inescrupuloso especulador, confirmado en
varias investigaciones periodísticas, como por ejemplo “Piñera y los leones de Sanhattan”
del periodista Sergio Jara Román (2018) que describe con lujo de detalles el
método relapso para amasar y acrecentar su fortuna que lo tuvo como uno de los
cinco hombres más millonarios de Chile, y cabeza de una de las 50 mayores fortunas
del continente latinoamericano, que en ese camino de acumulación de capital
cuenta con decena de eventos vergonzosos para el promedio de cualquier
habitante de este territorio, pero que para la élite financiera simplemente es
la muestra del winner.
Pero no satisfecho con su poder económico, su megalomanía (dicho
de varios que lo conocieron desde sus años de estudiante en la Universidad Católica)
quería ser un hombre público, representar lo mejor de los mundos de las finanzas
y la acción política, por lo que desde su periodo de senador miró con atención
la conquista del mayor logro de la carrera republicana: la presidencia.
Encabezando una coalición de derecha, o dicho en estricto
rigor, pretendía gobernar el aparato público sin intermediarios, pues las gestiones
de los 20 años de gobiernos de la Concertación fueron la mejor y más estable
administración del sistema legado por la dictadura.
Lo que dejó cada una de sus gestiones, para el mundo popular y
de los derechos humanos, requiere algunos comentarios.
Piñera 1 (marzo de 2010 a marzo de 2014)
Marcado por la instalación del primer gobierno declaradamente
de derecha elegido por medio de elecciones democráticas (votó el 57% de los 12,2
millones mayores de 18 años), desde la década de 1950, y cuya impronta estuvo
marcada por el terremoto de 2010, y por el eslogan “Se les acabó la fiesta a los
delincuentes”, aplicó la lógica del garrote con las herramientas represivas que
se habían validado en el gobierno anterior, siendo desde 2011 la respuesta
recurrente ante las multitudinarias manifestaciones de estudiantes y otros
grupos sociales.
También es señalado como el periodo de consolidación de la militarización
del wallmapu, con presencia de destacamentos de contingente policial con vocación
de doblegar las demandas políticas del pueblo mapuche.
En síntesis, un gobierno represor sin complejos que profundizó
la idea del estado policial que ya venía siendo aplicado desde los gobiernos
neoliberales de la Concertación.
Piñera 2 (marzo de 2018 a marzo de 2022)
Toda la frustración que se había acumulado en el mundo popular
y los territorios, se expresó con vehemencia y fuerza desde octubre de 2019, y
en este proceso la administración de Piñera fue especialmente violento, pues lo
que se colocó en tensión, por parte de la multitud sublevada, fue el orden y la
representación institucional, por lo que la respuesta fue estado de excepción y
una represión sistemática que no se conocía desde el término de la dictadura
con un saldo de vidas, mutilaciones y afectaciones directas a miles de personas.
De este periodo quedó en la nemotecnia popular una sintética
idea que expresa aquellos miedos de las élites y la respuesta consecuente: “Estamos
en guerra contra un enemigo poderoso, implacable, que no respeta a nada ni a
nadie, que está dispuesto a usar la violencia y la delincuencia sin ningún
límite”.
Sebastián Piñera, representó aquel miedo atávico de las clases
dirigentes, las élites, por perder sus cuotas de poder y control sobre el
capital material y social, utilizando las herramientas que el estado cuenta para
aquellos “exabruptos” populares, del mismo modo como fueron utilizados varias
veces en el siglo XX, las balas contra el pueblo.
Creemos que en los próximos años deberemos seguir disputando la
veracidad de los hechos, reivindicando a los caídos y mutilados -las víctimas-
que a pesar del manejo de los medios, el pueblo y sus organizaciones deberán
saber contener aquellas versiones y tergiversaciones, siendo una principal el
de señalar el verdadero papel que jugó Sebastián Piñera en esa trama, y las consecuencias
que aún pesan sobre las víctimas.