Plebiscito del 4 de septiembre, una derrota que debemos entender
Se cumplieron las más pesimistas
proyecciones para el resultado del plebiscito de salida del 4 de septiembre. En
un sentido estrictamente político, fue una derrota histórica.
Por sí solo no existe un elemento o circunstancia que explique los 23
puntos de diferencia entre ambas opciones, lo que hace necesario abrir un
debate que permita entender el fenómeno que observamos ese domingo, que hizo
fracasar el trabajo de deliberaciones y redacción de casi año y medio de la
Convención.
Primero porque este proceso partió con un acto de rabia social que tuvo
un costo humano que lo pagó el pueblo, y en lo inmediato da la impresión que
esta etapa se termina en un fracaso. Se ha discutido si acaso la energía
transformadora que empujó la revuelta y consecuentemente la salida institucionalizada,
se agotó en tanto masividad y voluntad que permitió reconocernos en los
millones de habitantes en todo el país reclamando cambios al sistema.
Derrota que también se explica como un triunfo del miedo expresada en
una campaña mediática construida con recursos millonarios, financiada por las
élites y las derechas, esfuerzo mucho más efectivo que cualquier otra
consideración inspirada en el voluntarismo de los sectores de avanzada que
empujaban el proceso, teniendo presente una especie de triunfalismo que se
instaló y operó en la izquierda institucional, respuesta de varias elecciones
ganadas en los últimos años y que pudo aportar un grado de seguridad que fue
fatal para el resultado.
En tercer término, pretender transformar una realidad cultural, la del
“capitalismo absoluto”, de un Estado neoliberal que lleva 4 décadas de
implementación, que cuenta con tres generaciones viviendo y expresando aquel
marco ideológico, y suponer que con un decreto legal, la propuesta
constitucional, sería suficiente para transformar esas conciencias, parece
simplemente un acto de candidez -para decirlo de modo suave.
Pero además, y tal vez aún más estructurante para la comprensión de lo
que observamos el 4 de septiembre, no haber calibrado la potencia reactiva que
tiene un sistema de vida que da respuesta en todos los niveles sociales a
millones de personas que duermen, se levantan, habitan, se vinculan con otros
desde -y en- el neoliberalismo, y que al enfrentarlo a una propuesta que sin
ser un instrumento radicalmente opuesta a las formas de existencia material -la
propuesta constitucional tenía un horizonte reformista-, sí es una ruptura
paradigmática, y que las élites, ya unidas y coordinadas lograron desplegar una
contrarreforma, con tintes reaccionarios de una fuerza que reduce los márgenes
emancipadores a meras declaraciones refundacionales que caen contrastadas con
formas de vida, precarias, pero efectivas para cumplir aspiraciones materiales
vinculadas y sostenidas en el consumo (endeudamiento) y la posibilidad utópica
de tener libertad para elegir de qué modo se vive esa precariedad.
El proceso que se inició en octubre de 2019 alcanzó un punto de
ebullición a fines de ese año, se mantuvo presente hasta marzo del 2020 cuando
se entró al block out que impidió mantener los niveles de
presión. La criticada salida institucional del 15 de noviembre fue el esfuerzo
de las élites por tomar el control de la agenda, responder a los reclamos de
distintos sectores que exigían cambios y reconocimientos, y que por la vía del marco
institucional se pretendió responder.
Si seguimos la vista de esta línea de acontecimientos e hitos, podemos
observar que entre el plebiscito de entrada y la elección de la Convención, y
la votación de salida, existió una reconfiguración de las fuerzas en disputas,
inflexión que se pudo comprobar tanto en la elección del parlamento y la
primera vuelta presidencial, y que a pesar del épico resultado de la segunda
vuelta, evidenciaba el desgaste de las fuerzas de avanzada, sumado a la crisis
económica postpandémica, instalación del nuevo gobierno, baja de valoración y
apoyo del gobierno, y vaivenes en algunas iniciativas, dieron un marco para el
resultado que estamos comentando.
La historia nos señala que cada ciclo de revolución o revuelta social
tiene una consecuente respuesta de los sectores reaccionarios. En este sentido
el esquema ha funcionado de manera exacta. Estos tres años desde la revuelta ha
permitido a las élites volver a controlar el escenario del poder, relegando a
los sectores populares de avanzada a espacios cada vez más segregados:
estudiantes, asambleas territoriales, activismos medioambientales, etc. Pero
del mismo modo que se reducen los espacios potenciales de disputas del poder,
surgen expresiones contrarreformista que encuentran causes en la institución
estatal, lugar nominalmente señalado para las deliberaciones y los acuerdos,
pero que deja afuera a aquellos grupos o territorios que no están representados
por el poder oficial.
Es aquí que los desafíos de aquellos territorios, organizaciones
populares, activistas se vuelven vulnerables, al ser estas expresiones
disidentes con el antiguo/nuevo orden que se impone, se transforman en
expresiones molestas para el poder que responde con la fuerza de la represión y
la criminalización, más cuando a raíz de la “legitimización” que les dio el
resultado del plebiscito, en que casi 2 de cada 3 habitantes del 85% del padrón
electoral, estuvieron por retrotraer el proceso al estado previo de la elección
de la Convención, argumento que en principio se funda en la democracia liberal,
pero que en estricto rigor se hace difícil contradecir a la luz de lo lapidario
del resultado.
Nuestra atención como militantes/activistas de las causas emancipatorias
debe ser en la recomposición o fortalecimiento de las organizaciones o espacios
de deliberación y participación popular, no hay otro camino que permita lograr
revertir el escenario que se abrió con el resultado del plebiscito, además de
quedar atentos al camino que está tomando el mundo político institucional que
en este momento prepara una salida en sus términos, más bien lejos de los
reclamos de transformación que se impusieron al calor de la movilización social.
Dentro de todo, aún debemos empujar las luchas sociales por la
emancipación y las transformaciones, del modo que lo señala Slavoj Zizeck “… cuando
la voluntad de la mayoría viola claramente las libertades emancipatorias
básicas, no solo tenemos el derecho sino también el deber de oponernos a esa
mayoría. Esta no es una razón para despreciar las elecciones democráticas, sino
para insistir en que no son de por sí un indicativo de la Verdad. Por regla
general, las elecciones reflejan la sabiduría popular determinada por la
ideología hegemónica”.
.