"Alicia de las ciudades", Wenders, el road movie y la transformación

Hay una secuencia en la película “Alicia de las ciudades” de Win Wenders, segmento que va aproximadamente desde el minuto 75,  y tiene una duración de menos cuarto de hora. En esta Philip se ha detenido en un café, Alice, de 8 años, reclama tener sed y el hombre resignado acepta la solicitud ¿es empatía, o simplemente cansancio por la insistencia? Hasta ese momento han recorrido toda la mañana buscando la casa de la abuela de la niña. La historia transcurre a principios de la década de 1970, en la ciudad de Wuppertal en Alemania Federal.

El mediodía es luminoso, la niña y el periodista se sientan de frente en una mesa apoyados en una ventana que da a la calle con el sol en sus caras.  El mesero toma el pedido, ella solicita una copa de helado con crema, él un café. A un costado hay un niño prácticamente sostenido en una máquina würlitzer en la que se escucha “on the road again” de Canned Heat, comiendo distraídamente un cono de helado y concentradamente tararea la canción y con la pierna sigue el ritmo del blues.

Entremedio del silencio de la pareja, el paso de los trenes colgantes –son la atracción de la ciudad- la niña le confiesa que la abuela no vive en Wuppertal, y agrega a modo de excusa que ella quería quedarse en Ámsterdam. Philip se levanta, aparece en el baño del local, se lava las manos y mira el espejo dibujando una tenue mueca –gesto que se repite muchas veces en la película- agregando un lacónico “es increíble”. Al regresar a la mesa el helado de la niña se derrite en la cuchara mientras el hombre suelta una sentencia: “te llevaré a la policía para que ellos se hagan cargo de la búsqueda”, lo dice con un tono que mezcla derrota y cansancio.

El road movie es un género cinematográfico que ha sido especialmente explorado por los norteamericanos, dándole una identidad cultural que la transforma en un estilo particular, casi tanto como el western, logrando una forma de representar al paisaje tal cual como si se tratara de un personaje de reparto, que sin la interacción con el héroe, la narración pierde lógica y fuerza. Es en este sentido que el vehículo -que no solo es un automóvil aunque para el caso de una producción estadounidense es central- y el movimiento (en especial cuando el viaje es a pie aunque nos referimos al traslado geográfico en un sentido amplio) son estados permanentes en la trama, creándose una especie de posta en la que en cada parada se sitúan pasajes que van describiendo interacciones con personajes secundarios que aportan en la transformación del viajero.

Estas premisas están expuestas con absoluta claridad en la película de Wenders de 1974, que en el canon oficial sería su tercer largometraje. Filmado en blanco y negro y en 16 mm, técnica que le da una intensidad estética que potencia la melancolía y la sensación de impredecibilidad en la búsqueda y el viaje.

Hay una especie de macguffin, un elemento subyacente y que pretende resolver el dilema de la niña y del hombre. Este sería lograr encontrar la casa de la abuela y con ese objetivo encontrar la solución al dilema, y que modo más inmediato sería restablecer el lazo con la familia de Alicia.

Philip es quien dirige el viaje y también persigue un objetivo que se mezcla con la búsqueda de la abuela de la niña así, cumplir con la obligación de cuidado que le fue encargado por la madre es a la vez el motivador inmediato. El macguffin es el mismo para ambos, pero para él lo que significa ese viaje no queda inmediatamente expuesto. Podría ser el de recuperar la inspiración y escribir el encargo por el que le deben pagar, pero indudablemente hay otras capas subyacentes en el “bloqueo” creativo, que  Wenders lo señala en el acto de los registros fotográficos que va acumulando el hombre. La cámara polaroid aporta un elemento de difuminación de la tensión subjetiva del personaje, es la manera en que se expresa y que se vislumbra en el diálogo que tiene con una amiga en Nueva York antes de partir de regreso a Europa. Philip vive la soledad como un desafío que no le agrada, que lo lleva en esa ruta, en ese viaje. En la secuencia del diálogo con la amiga, ésta describe su viaje como un permanente sufrimiento que le produce abatimiento, y precisa: “no era necesario hacer el viaje por Norteamérica para darse cuenta de tu estado”. Esta idea confirma es sentido del road movie: el movimiento físico del héroe es en tanto una búsqueda como una transformación.

Con ese derrotero, Philip mueve la acción desde EEUU a Alemania, un viaje que parte en el formato clásico de la carretera interestatal, con moteles y cafeterías de paso, siguiendo el movimiento físico en un avión que los traslada a Ámsterdam, luego un tren, un ferry y nuevamente un auto.

Entremedio, cuando mastica la derrota por no cumplir con el encargo del texto, y manifiesto bloqueo creativo, se encuentra con Alice y Lisa su madre en el aeropuerto y es aquí donde se cruzan las motivaciones y los objetivos de cada cual.

Quiero volver sobre la escena del café que introduce está reseña. En el baño Philip se mira al espejo y le habla a su imagen, habla a quien tiene al frente y que puede entender el predicamento de aquella aventura ¿la soledad es previa al estado de abatimiento, o es una consecuencia?

Aquí es donde debemos admitir la belleza de esta obra. Es una película con imágenes que en cada encuadre hay algo de fotografía poética, trabajo que se le debe a Robby Müller (responsable de la dirección de fotografía de “En el curso del tiempo”, “Amigo americano”  y “Paris, Texas”) que aporta el valor de la luz en la obra de Wenders.

Pero por supuesto que la belleza de esta película tiene que ver con los diálogos y los silencios.

Podríamos concluir que este es un cine de contrapuntos: luz y sombra, palabras y silencio la cruzan.

Alicia de la ciudades” en una gran película, no solo como una perfecta versión del género road movie, también es un claro ejemplo de la transformación del ser humano mientras viaja.







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