Habitación confinada: materialidad, espacio y símbolo

La vida social está constituida desde una unidad básica que es a la vez sentido simbólico y espacio: habitación.

Esta idea adquiere un especial sentido en esta contingencia, cuando estamos atrapados en una dinámica excepcional producto de la pandemia que nos ha tocado enfrentar, un confinamiento de tal magnitud y alcance que probablemente servirá de insumo para las ciencias humanas en las próximas décadas, experiencias a la que miles de cientistas sociales ya observan construyendo hipótesis sobre encierro masivo, equilibrio mental individual y colectivo, segregación, vida privada y uso de espacio público. 

En algunas décadas más 2020 se podrá leer por las marcas en las personas y en la producción cultural que serán contextualizadas como quien interpreta los anillos de los árboles para establecer las sequías o excesos de humedad, o un geólogo que lee las huellas de las capas de un terreno para explicar un evento geológico significativo, así tal cual será comprendida esta coyuntura, un momento lleno de significación para miles de millones de personas en donde la “habitación” se ubica en una excepcional representación mental, y que de acuerdo a la realidad ecológica, climática, económica, edafológica, cultural y material de cada individuo y comunidad que la soportada, adquiere sentidos singulares. 

Una primera aproximación etimológica la da el texto de Guido Gómez de Silva (1) que señala en la entrada “habitación” y consecuentemente “habitar” como “lugar de la vida” o  espacio para “vivir, morar, residir”, y “hogar” lugar donde se ubica el “lumbre en la chimenea”, relacionando con la idea de intimidad, pues por siglos en occidente ese fue el punto de encuentro colectivo del grupo familiar, similar a hoguera o fogón para otras latitudes distintas a la referencia que utilizamos. 

Por otra parte, en el “Diccionario Ideológico de la Lengua Española” de Julio Casares (2) realiza un camino algo más preciso al ubicar “habitación” la raíz de la familia de conceptos que hacen referencia a un amplio rango de palabras que la centra con intimidad, privacidad, hogar y luego el espacio físico de casa. 

Desde una perspectiva antropológica, Bonte e Izard señalan en su “Diccionario de Etnología y Antropología” (3) que habitación es un  “Micromedio construido y arreglado para residencia de los hombres (y eventualmente para la protección de los animales, cosechas, etc.)”, precisando que sería erróneo suponer que este espacio está determinado a una exclusiva cuestión geográfica o de respuesta de necesidad básica de resguardo o comodidad, pues la muestra de la diversidad de formas en que se expresa es decible solo como un requerimiento asociado a elementos materiales y simbólicos que la exceden, como podría ser desde la instalación del sedentarismo –revolución neolítica-, a formas modernas de sociedades con origen muy diverso, un abanico de alteridades que tienen en la habitación un modo basal desde donde construyen identidad. 

Por ejemplo, los Nuer en la actual Sudan del Sur tienen la habitación como elemento determinado por la ganadería que los empuja a acampar según las estaciones del año buscando el mejor pasto para sus rebaños. Para las sociedades trashumantes este espacio es una condición determinada por la operación práctica de la movilidad. 

¿Entonces qué significa confinamiento respecto del tipo de habitación en que habita un habitante del planeta en el contexto de una pandemia como la que estamos viviendo?



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