Por la Ruta del Cóndor (de vuelta)
Desde el camino principal al Volcán en San José de Maipo, pasando el puente del río Colorado, nos internamos en el automóvil de Nono unos 20 kilómetros hasta el Alfalfal. En este punto desmontamos las bicicletas e hicimos los arreglos para iniciar esta travesía que tiene tanto de misterio como de desafío de nuestras capacidades físicas.
He pensado en esta aventura, muy aséptica y controlada, sin mayor pretensión que la de recorrer parajes que han sido conquistado por otros cientos, talvez miles, antes de nosotros. Pero vista desde la perspectiva tranquila del recorrido cumplido resulta extremadamente valiosa para sujetos como uno, que ha vivido siempre en las comodidades de los intramuros de la ciudad, con las dificultades mínimas para cubrir los satisfactores humanos esenciales.
En ese punto donde no hay regreso, los tres integrantes del equipo pusimos marcha adelante en una geografía del todo desconocida, que es mucho más que leer desde la pantalla información turística sobre el sendero, y refuerza esa máxima del constructivismo que dice el mapa no es el terriorio.
Los primeros 10 kilómetros fueron un paseo que terminó la tarde del lunes en un estero, Maitenes, en un pequeño valle protegido donde montamos las carpas y preparó, Matías, la cena de esa noche. Lo del día martes fue totalmente distinto. La altura, el sol y la aridez de paraje hicieron estragos en los cuerpos en especial de Roberto y el mío. Unos cerros majestuosos, donde el viento, y una flora y fauna discretas acompañan esa huella de camino construido hacen algunas décadas para levantar la más alta red de torres de alta tensión de la Región Metropolitana, a cincuenta kilómetros al interior de la primera cadena que se observa desde la cuenca de Santiago.
Cóndores no vimos ni uno, hubiese sido una suerte para unos principiantes como nosotros, en cambio pudimos tomar conciencia de la inmensidad del mundo a nuestro alrededor.
Una de las principales dificultades, a parte del desafío físico en si, fue el consumo de agua y en algún momento del segundo día la de energía.
En el descenso en bicicletas, de poco más de 10 kilómetros desde la zona conocida como la Lechería, de un deporte que tiene claras reglas y que este cronista recién reconoció en ese instante. Y los golpes fueron duros, dos caídas que dejaron huellas que en todo caso sanarán.
Después de los 55 kilómetros recorridos, en 12 horas en total que dividimos en 2 horas la primera tarde y el resto el día martes, los desafíos parecen pequeños y estoy muy satisfecho del logro.