Memoria en dispersión.
Memoria en dispersión. Modifica las ranuras de tu cabeza y tendrás una memoria distraída, y a la larga un olvido inesperado.
No me olvides, quisiera exclamar, pero digo: despréndete de todo rastro que te ate, construye recuerdos antojadizos y suple todo remordimiento, si finalmente nadie te verá jugar contra los actos del pasado. No estuviste a gusto, tenía un olor confundible, o el lugar era frío y hasta decadente. O puedes ensalzar el recuerdo: me sentí reconfortada –podrías decir-, el olor era peculiar y el lugar me marca suavemente como una sombra benigna.
Yo te recuerdo como su hubieses sido un sueño de trasnoche, una aventura por puntos cardinales que jamás identifiqué pero que quedarán señalados en un plano impregnado de piel.
Recuerdo que tenías nombre de flecha, o pudo ser de martes sin desovar. Tenías un prendedor que señalaba tu estado presente, una suerte de amuleto que marcabas en el las extremidades de tu acompañante.
Recuerdo que me suplicaste una canción, una oración o un mantra escuchado en una película vista al otro lado del océano. Me aprendí todos los episodios de tu infancia, la mayoría de las mañanas que fuiste desvestida, las monedas que cabían en tu bolso de chiquilla mimada por las tardes secas de esos veranos costeros.
Me relataste un viaje en el que eras una princesa y que quisiste volver otra vez como reina pero el país fantástico ya había desaparecido. Me reí contigo de las ocurrencias de Carroll, en ese cuento que se parece a tu Alicia en el País de las indiferencias, dando la cara para que golpee la evidencia de las manchas que cargamos cuando somos proyecto de algo, pero tenemos tantas preguntas.
¿Me recuerdas? Qué pretencioso, Dios de los huemules.
Sé que me recuerdas, es solo que en el juego siempre se pierde la distraída cuenta de los minutos que quedan para partir lejos.
Me gustó la sombra que has dejado en mi camastro, tiene forma de continente, y me creí contenido en una sorpresa.
Mañana nos vemos, enserio, cuando encuentres el rastro a la noche aquella que la memoria a movido al infinito, supongamos que tienes destrezas de maga, de una de esas que se escuchan en los relatos de ancianos aborígenes, y que despiertas de un paisaje que no es tu lugar, y ves que te miro y no me reconoces, el olvido, ¿recuerdas? Casi con seguridad ya te llamaras dardo o miércoles desovada, y tendrás un grueso mantel cubriendo tus canillas para ocultar algún rasguño de las expediciones por otro continente en busca de respuesta. Te dije la primera y única vez que nos vimos, no busques lejos del bosque que está a los pies de tu casa, es seguro que ya has visto las flores que crecen en la acera de la calle congestionada y limpia de tu ciudad natal. Ahí está el secreto de todo este embrollo.
Y todo por culpa de la memoria.
¿Me llamaras cuando todo esto acabe?
(foto: michelle miguras)
No me olvides, quisiera exclamar, pero digo: despréndete de todo rastro que te ate, construye recuerdos antojadizos y suple todo remordimiento, si finalmente nadie te verá jugar contra los actos del pasado. No estuviste a gusto, tenía un olor confundible, o el lugar era frío y hasta decadente. O puedes ensalzar el recuerdo: me sentí reconfortada –podrías decir-, el olor era peculiar y el lugar me marca suavemente como una sombra benigna.
Yo te recuerdo como su hubieses sido un sueño de trasnoche, una aventura por puntos cardinales que jamás identifiqué pero que quedarán señalados en un plano impregnado de piel.
Recuerdo que tenías nombre de flecha, o pudo ser de martes sin desovar. Tenías un prendedor que señalaba tu estado presente, una suerte de amuleto que marcabas en el las extremidades de tu acompañante.
Recuerdo que me suplicaste una canción, una oración o un mantra escuchado en una película vista al otro lado del océano. Me aprendí todos los episodios de tu infancia, la mayoría de las mañanas que fuiste desvestida, las monedas que cabían en tu bolso de chiquilla mimada por las tardes secas de esos veranos costeros.
Me relataste un viaje en el que eras una princesa y que quisiste volver otra vez como reina pero el país fantástico ya había desaparecido. Me reí contigo de las ocurrencias de Carroll, en ese cuento que se parece a tu Alicia en el País de las indiferencias, dando la cara para que golpee la evidencia de las manchas que cargamos cuando somos proyecto de algo, pero tenemos tantas preguntas.
¿Me recuerdas? Qué pretencioso, Dios de los huemules.
Sé que me recuerdas, es solo que en el juego siempre se pierde la distraída cuenta de los minutos que quedan para partir lejos.
Me gustó la sombra que has dejado en mi camastro, tiene forma de continente, y me creí contenido en una sorpresa.
Mañana nos vemos, enserio, cuando encuentres el rastro a la noche aquella que la memoria a movido al infinito, supongamos que tienes destrezas de maga, de una de esas que se escuchan en los relatos de ancianos aborígenes, y que despiertas de un paisaje que no es tu lugar, y ves que te miro y no me reconoces, el olvido, ¿recuerdas? Casi con seguridad ya te llamaras dardo o miércoles desovada, y tendrás un grueso mantel cubriendo tus canillas para ocultar algún rasguño de las expediciones por otro continente en busca de respuesta. Te dije la primera y única vez que nos vimos, no busques lejos del bosque que está a los pies de tu casa, es seguro que ya has visto las flores que crecen en la acera de la calle congestionada y limpia de tu ciudad natal. Ahí está el secreto de todo este embrollo.
Y todo por culpa de la memoria.
¿Me llamaras cuando todo esto acabe?
(foto: michelle miguras)
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