es arrebol.

Es arrebol, color entre la sombra, las formas de su rostro y los pliegues –eso fue intenso- de su boca.
Y es más intensa su manera, no de pedir permiso y tomar algo que siente, podría ser momentáneo, como propio. Me susurra que puede ser el último momento antes de desaparecer para siempre entre la corriente que traslada los cuerpos al olvido. Pero siento que tiene más de una mañana no correspondida o una tarde sin decir hasta pronto. Es como septiembre, fresco día que se acalora mientras pasan las horas y cuando la tocas se desvanece caminando sin distracción por un costado de la calle, la vereda oriente de su vista, la que tiene de frente un cerro de ilusiones.
Y la miré, desde mi asiento de carruaje. Nunca perdió la orientación, pero en un instante me dio la idea que algo buscaba, una señal de vida o el pasaje para entrar en un mundo que no me pertenece.
Pienso que la noche me sorprende y me desvela. Y de salto en salto me da revelaciones de seres que me dejan suspendido, alterando el orden de las casas y que finalmente no debiera preocuparme, pero soy de un planeta en que siempre entregas algo más que un beso, dejas que se contrabandeen secretos. Me dijo algo sobre ese momento, una declaración sobre un largo aliento y que no volverá. Pero prefiero el riesgo.
Si tal vez es el arrebol de sus pliegues, su boca.

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