Observación

Tengo ganas de conversar. Pero cómo no le voy a dar la lata de llamarle a horas injustas para su jornada, le escribo.
Una noche cualquiera, una de aquellas que me iluminó su mirada, o la noche que me quejé de las olas de viento frío, las que no deja calentar la cara y hielan el corazón, su sonrisa me salvó del congelamiento total. Una noche que la luna era adivina, que las horas se detenían embriagada de tanto mirar, una noche cualquiera, fue…
Y a pesar de las distancias descubrí que tenía pensamientos que sumar, que podía esperar que saliera y cruzara un gesto con mi cara de hombre quemado, sujetando con mis manos el metal que separa su mundo y el otro, el de la noche conjetura, la noche inclinada, la noche ruidosa y mareada.

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