Recuerdo la tarde de verano que pasé con la chica Reef

Fue el último verano antes de la nueva guerra de Arauco, el 2008. Recuerdo que nos sentamos en la terraza del departamento mirando como el sol consumía las faldas de los cerros de la ciudad, miramos el silencioso pasear de los habitantes, las correrías de los niños que se agitaban antes de lanzarse a la piscina, la multitud de fantasmas que se refrescan a orillas de las calles casi suspendidas. Recuerdo que sirvió un par de platos cuadrados y blancos, curvos en las puntas, raciones de carne de pavo y papas salteadas con crema de leche, muchas ensaladas de la temporada y unas heladas copas con vino blanco. Recuerdo que en algún minuto le mire a los ojos, profundos, y le quise preguntar por las horas que nos quedaban para compartir, pero finalmente salió de mi boca un relato sobre la vida que hemos dejado sorprendida.
La música, oriental con toque electrónicos, le daba a su cuerpo un aire de hechicera, una mezcla postmoderna de chica reef, la ropa que usaba era de esa marca, con sanadora tranquila, a la espera de un pasmado entorpecido buscador de sus manos.
Hablamos del silencio, lo vivimos brevemente mientras contaba las pecas que se multiplicaban en su piel, que se trasparentaban mientras abría el cofre donde guarda las prendas íntimas de sus dolores.
Recuerdo que el sol no nos dejaba, se detuvo por un largo rato frente al vértice, escondido atrás de la muralla, nosotros protegidos por la sombra de la terraza y el viento de la altura, creo que escuchaba las palabras que lanzábamos en un recuento de la vida.
Recuerdo que le dije: éste será nuestro momento preciado…
-nada más cierto, me contestó, que sea nuestro recuerdo.
Como las cosas que se rastrean hasta el minuto en que fueron importantes, o la recreamos más dulces que lo que fue, o tal vez si lo fueron...