Secretos Íntimos (Little Children)
La voz en off sitúa los contextos y los personajes. No es un exceso, es de alguna forma necesaria para ahondar en la intimidad de los pensamientos. Uno podría suponer que las miradas bastan para contener los deseos de los personajes, pero no. Sarah (Kate Winslet) es una mujer que se encuentra en una plaza del barrio junto a sus otras pares a observar como crecen sus hijo, intercambian comentarios banales de la vida, de los vecinos, los chismes y esas confesiones que se dan entre amigos.
De pronto aparece en el parque un padre de eso que asumen los roles propios de las familias “modernas”, -Brad (Patrick Wilson)- jóvenes que viven y disfrutan de una paternidad, que son pares de sus parejas, rompiendo el patrón de proveedores-cazadores, y se trasforman en guardianes de la socialización de la descendencia. Pero resulta que algo falla en esa primera aproximación, pues pronto uno entiende en sentido del título original de la obra “Little Children” (que se traduce de mala forma en Latinoamérica en “Secretos íntimos”), y resulta que las formas que adquieren los personajes centrales es de pequeños niños que juegan a ser grandes, inmaduros e inestables, sin claridad de los pasos que deben dar, cuestionados en la insatisfacción que les provocan sus roles, en el fracaso que siente Sarah de su marido masturbador de su deseos, pero un correcto proveedor-cazador que puede sustentar su estilo de vida. Claro, todo se va al atolladero cuando se encuentra con este sujeto que le entrega vida, afecto y placer, incluso para dejar todo y partir con él.
Están fusionados una serie de elementos del modelo conductual de una familia de clase media –en lo mínimo reconocible en cualquier ciudad del mundo- en la que las disyuntivas se colocan en la posibilidad de romper con la cotidianidad, asumiendo el rasgo de la posibilidad de realización con el quiebre que se quiere lograr. Huir, como dos almas que se encuentran. Pero el problema es que los círculos abiertos no se cierran al arrancar, es mejor enfrentar los dilemas –pareciera ser el mensaje de Todd Field- pues el dolor de decisiones mal tomadas nos persiguen donde vallamos. Cuando el grupo literario se reúne a discutir el destino de “Madame Bovary”, Sarah recuerda su propio dilema, el de darle un sentido a sus actos en la liberación de la pasión que siente por Brad, pero resulta que él mantiene su vinculo con su bella mujer –“mi mujer preciosa” le admite en el lecho- y ella comienza a sentir el ruido de la distancia, la necesidad de definir, ya no como un juego de niños, como adultos que se aman.
Hace algunos meses mencioné el vínculo de la literatura y el cine. En este caso nuevamente nos encontramos con un guión que se funde en la idea del romanticismo realista de Flaubert, en que desde la intimidad de los personajes logra proyectar los dilemas de la condición humana.
Una correcta dirección, con una mejor fotografía. Un guión seguro. Una buena película.
De pronto aparece en el parque un padre de eso que asumen los roles propios de las familias “modernas”, -Brad (Patrick Wilson)- jóvenes que viven y disfrutan de una paternidad, que son pares de sus parejas, rompiendo el patrón de proveedores-cazadores, y se trasforman en guardianes de la socialización de la descendencia. Pero resulta que algo falla en esa primera aproximación, pues pronto uno entiende en sentido del título original de la obra “Little Children” (que se traduce de mala forma en Latinoamérica en “Secretos íntimos”), y resulta que las formas que adquieren los personajes centrales es de pequeños niños que juegan a ser grandes, inmaduros e inestables, sin claridad de los pasos que deben dar, cuestionados en la insatisfacción que les provocan sus roles, en el fracaso que siente Sarah de su marido masturbador de su deseos, pero un correcto proveedor-cazador que puede sustentar su estilo de vida. Claro, todo se va al atolladero cuando se encuentra con este sujeto que le entrega vida, afecto y placer, incluso para dejar todo y partir con él.
Están fusionados una serie de elementos del modelo conductual de una familia de clase media –en lo mínimo reconocible en cualquier ciudad del mundo- en la que las disyuntivas se colocan en la posibilidad de romper con la cotidianidad, asumiendo el rasgo de la posibilidad de realización con el quiebre que se quiere lograr. Huir, como dos almas que se encuentran. Pero el problema es que los círculos abiertos no se cierran al arrancar, es mejor enfrentar los dilemas –pareciera ser el mensaje de Todd Field- pues el dolor de decisiones mal tomadas nos persiguen donde vallamos. Cuando el grupo literario se reúne a discutir el destino de “Madame Bovary”, Sarah recuerda su propio dilema, el de darle un sentido a sus actos en la liberación de la pasión que siente por Brad, pero resulta que él mantiene su vinculo con su bella mujer –“mi mujer preciosa” le admite en el lecho- y ella comienza a sentir el ruido de la distancia, la necesidad de definir, ya no como un juego de niños, como adultos que se aman.
Hace algunos meses mencioné el vínculo de la literatura y el cine. En este caso nuevamente nos encontramos con un guión que se funde en la idea del romanticismo realista de Flaubert, en que desde la intimidad de los personajes logra proyectar los dilemas de la condición humana.
Una correcta dirección, con una mejor fotografía. Un guión seguro. Una buena película.
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