Apuntes doce: Homenaje


UNO. Junio –dentro de los meses de los años- sigue desplegando sorpresas, dulces y dolorosas. Es un tiempo que marca con fuego los eventos que se suman al repertorio del recuerdo, de las cosas que tendré que contener, los avatares. Y la premisa de esta figura simbólica en el lenguaje, el avatar, es la encarnación de Visnú –en la tradición Hindú, o la reencarnación; en la tradición occidental es una vicisitud o un cambio importante. Y debo reconocer que estos eventos se hacen carne en esta época del año. Pero de los hechos más dolorosos que me ha tocado vivir fue sin duda la despedida de mi amigo Pablo. Un nutriente intelectual y afectivo de los más poderosos que me ha tocado contener, quedando en mí una marca definitiva en la manera de aproximarme a la vida.
Esto último me lo decía una amiga sobre la influencia que generaba Pablo en mi coyuntura. Y debo decir que él se resistía a cualquier calidad de “guía” de alguna cosa. Y a su pesar, sí lograba generar una cierta reacción de los que lo frecuentábamos, de los que trabajamos con él, de los que nos consideramos sus amigos.
Nunca quiso ni acepto, en realidad lo rechazaba con fuerza, algo que oliera a “maestro”, guía, menos a un “gurú”. Y esta chica me lo decía con la dulzura de una dama blanca, que me refería a él en un tono similar al que asume sus palabras como las de un venerable. Y en realidad lo escuchaba con una permanente actitud crítica, de manera que la conversación fuera de alimentación bilateral, jamás acepté que me permeara la piel de marxista sofrito, menos que sus pocas afirmaciones –en un lenguaje de respeto perturbador de la inconsistencia de la verdad- pudieran significar un cierre en la discusión, siempre se permitía tomar distancia y aceptar la pertenecía de la critica contra argumental. Eso sí, argumentos que se pudiera defender, con rigurosidad que en lo alto era de honestidad, un argumento que significara que uno se pudiera hacerse cargo de las palabras, porque siempre la discusión tenía que ver con la praxis, jamás con un esfuerzo sofisticado de disquisiciones de salón.
Con todo, de alguna forma, la resistencia que yo hacía –parte del respeto que manifestó hacía mi fue por no tener una actitud complaciente con él- yo fui la mayoría de la veces un recipiente de sus palabras y contenidos, de las maneras y miradas que nutrieron y despertaron en mi su presencia.
Y creo que ese fue su gran marca en mi condición humana, la que su puede mirar más allá, respetando las verdades con minúscula de cada cual, respetando el proceso que vive el otro, indagando en el entorno desde la multi-condición de la aproximación a los fenómenos del entorno: intuición, razón, imaginación, ética, creatividad.

DOS. Verdad (Según la RAE Conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente). Cuando nos referíamos a esta calidad de los fenómenos –lo recojo de las cosas que incorporó Pablo a mis herramientas de conceptos- distinguíamos dos estados, metafóricamente hablando. Verdad con mayúscula, esa certeza que se consolida desde el saber absoluto, en un relato global que permite explicar muchos estados de cosas, una respuesta. Verdad con minúscula, aquella aseveración que permite conducir al sujeto constructor de conocimiento en un continuo proceso de aproximaciones, de manera colectiva se acerca a un consenso.
De lo que se trata es de distinguir a los que hacen esfuerzos por montar verdades desde la inconsistencia epistemológica, desde el positivismo a ultranza, desde la dominación del poder, desde el dogma prepotente, desde la violencia impositiva.

TRES. Mi contradicción fue intentar entender el respeto ético que implica aceptar que el otro puede tener parte de la verdad y consentir que mi propio constructo con una verdad con mayúscula como es el relato que movilizo mi accionar por mucho tiempo. Humildad, primero que nada. Luego disciplina para buscar los caminos que me permitan allegar a respuestas que sirvan a la construcción colectiva. Y luego praxis.

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