desde el muro vivo


Delgada como una cifra diminuta, de aquellas unidades infinitesimales que dan sentido al mundo concreto sin caer en la suposición cuántica de lo precario de la materialidad. De pronto salta desde su frágil figura y se transforma en la constructora de un minuto del mundo entero, es sólo ella y mi pobre disimulo, contando sueños desde un costado del horizonte, encaramados en la muralla verde de la ciudad. Miramos como el aire empaña la memoria y cobija los movimientos de nuestras almas, susurrando el límite de la decencia, la manera de no caer en el desorden insoportable del descalabro que nos arrastraría al abismo –recuerda que estamos encaramados en la muralla de tiempo- me dice entre tanto su mano suaviza mi temperamento.
Se llama Paciencia.
Con la llegada del día, el sol vuelve todo a la normalidad dolida. Hemos bajado los senderos desde el cielo, y caminamos por la ciudad adormecida -es un día de los que santifican antiguos mitos- me mira y descubre que soy otro, que no soy el que despego de la cornisa inmóvil de la calle nodriza, la gárgola que le acompaño a bajar un peldaño y subir a las nubes. Soy otro, pero no importa.

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