Fanny och Alexander

UNO. Ingmar Bergman, como le he dicho en otra ocasión, es de los directores más personales del cine europeo, caracterizado por la fuerza interpretativa que logra en la dirección de los actores, y el sentido claro que existe en su relato –definitivo aporte que logra traspasar de su experiencia en la dirección teatral.
Por mucho tiempo se consideró Fanny y Alexander su última obra para el Séptimo Arte. Estrenada en 1982, marcaba el fin de su filmografía: “La decisión de colgar la cámara cinematográfica no resultó especialmente dramática y fue surgiendo durante la filmación de Fanny y Alexander. Si el cuerpo decidió por mi alma o el alma influyó en el cuerpo no lo sé, pero el malestar físico se fue haciendo cada vez más difícil de dominar” (Linterna Mágica, 1987). Hoy sabemos que en el dos mil nos invito a un nuevo esfuerzo (Saraband) por desentrañar el camino interior del ser, el permanente peregrinar que siguen sus personajes.

DOS. Tengo la idea que en la filmografía de Bergman está cargada de un fuerte sentido critico a las relaciones que se logran entre los seres que habitan su mundo, una especie de acida ironía que coloca las relaciones humanas en tela de juicio, una manera de calibrar la textura de nuestra carne –como observadores nos sentimos incómodos por la forma en que los personajes enfrentan los dilemas éticos y sociales- extremando esa mirada desde una posición conservadora, casi reaccionaría –del autor- que despliega al mostrar la decadencia de los vínculos burgueses. Eso es parte de la mirada, luego llega el equilibrio, una vuelta de mano con la aproximación metafísica, mística, que se logra al encontrar la salvación del alma y que permite mirar con benevolencia las imágenes que recién considerábamos como signo de algún epilogo, es una dialéctica que nos dice que es el propio hombre el que debe encontrar el sentido de la vida, la salvación y la redención.
TRES. Fanny y Alexander son hermanos. Su familia es depositaria de una tradición teatral en una ciudad sueca de principios del siglo XX. Esta en pleno desarrollo la Belle Epoca, ese instante en la historia de Europa que fue concebido como el punto de no retorno de la “felicidad”, donde las respuestas estaban dadas de tal forma que las grandes preguntas no tenían sentido. Y se muestra la fiesta de navidad como el símbolo de una opulencia, y una familia que tiene las contradicciones propias de un tiempo que eclosiona.
Oscar, director teatral y padre de los niños, está en el ocaso de la vida y los signos de tal son evidentes. Emilie es la actriz principal y joven madre de los niños. La matriarca de la familia Helena Ekdahl –también actriz- es un soporte para todo el grupo, que además lo componen dos hijos, con sus respectivas familias y un amante judío.
La historia de los personajes es un mosaico que se va componiendo de distintos relatos que confluyen en Helena, y que es en dolor y el camino de la viuda Emilie con sus hijos la construcción del sentido de todos los relatos. En la liberación del yugo del fundamentalismo de un obispo protestante –símbolo del frío carcelero de las fantasías y sueños de Alexander- se encuentra la posibilidad de la metáfora de la salvación.

Comentarios

Entradas populares