El camino del crimen.

De cualquier forma la ruta del crimen siempre paga. Ese es el mensaje que se quiere enviar, y en particular con un delito tan deleznable como es el secuestro –y toda la gama del genero de retenciones. Queda claro en la doctrina de lo “humano”, que quien tiene la exclusividad en este tipo de retenciones contra la voluntad es el Estado, un recordatorio del todo necesario cuando la derecha quiere restregar el carácter “incontrolable” que adquiere la delincuencia en una sociedad pasivamente llana a sentir de la inseguridad un dogma de la incapacidad de los técnicos políticos -políticas publicas- por contener a los “otros” –los que no son “decentes”.
Tal vez Nely Bastías –la mujer imputada y confesa del delito de secuestro de un menor de edad hace dos semanas- leyó “El atraco”, cuento de John Steinbeck que relata la planificación y triunfo de un hombre –un ejemplo para la comunidad, más cercana a la descripción pública que hace Truman Capote de Mr. Clutter- que atraca el banco del pueblo que está frente del almacén de abastos donde es el dependiente. El resultado es redondo, infalible. Pero en la realidad un delito de ésta característica –secuestro- requiere una planificación a prueba de sensibilidad mediática. Una sociedad que apunta sus comentarios –potenciado por el poder manipulador de los medios- contra una practica delictual que es nueva, sólo ocasionalmente acontecida y en mucho menor número que en otros lugares del mundo. En todo caso, siempre es importante hacer el esfuerzo y recordarles a la derecha, que bajo el mando dictatorial se cometieron miles de secuestros.
La mala pata de las secuestradoras es que además los medios se encuentran en baja de noticias estival, desplegando un enjambre de profesionales –de reemplazo- en busca de cualquier anomalía que les permita desplegar sus “dotes”. Las preguntas a la madre de la imputada, desprovista de todo tino, recurriendo al hostigamiento y forzando comentarios “incriminatorios” es lejos un recurso sucio. Pero nuevamente el punto es que cada cual debe cargar con su propio repertorio de dolores, y una madre es ante todo el soporte del alma caída.
Vi “Suspicion” (Sospecha) de Alfred Hitchcock (1941). Una candida Lina McKinlaw (Joan Fontaine) cae rendida a los encantos de Jonh Aysgarth (Cary Grant). Es parte del anecdotario que la cadena R.K.O. no permitió que su estrella Cary Grant tuviera que cargar con la imagen de un asesinato –la sospecha de ésta-, y que en consecuencia presiono a Hitchcock modificar el final de la película. Quedó siempre la sensación que es posible modificar los hechos, manipulando la mirada del observador, de tal manera que un crimen –el relato de los hechos- quede sutilmente dibujado, de manera que el delincuente no lo sea del todo.
Nuevamente se confunde la construcción mediática –el espectáculo- de las empresas periodísticas con los hechos que se quiere interpretar –jamás es un relato desprovisto de intencionalidad.

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