Calor y color.

Uf, calor –dice con una incorrecta evidencia que deja al descubierto la vaciedad de las palabras, o la limitación de la sencilla mirada de los fenómenos de la vida. No tiene nada de malo reconocer lo evidente de la podredumbre del día, de la imposible temperatura que lo coloca todo en tonos amarillentos –el sol estival, anaranjado obstáculo que permite vida.
Si, es verdad, a este ritmo en un par de horas nos haremos líquido. Silencio por un instante, y los dientes blancos se muestran como traqueteo de su encanto. Pienso en la continuidad de la oración: haciéndonos líquido en la cama, pegajosa masa de carne sobre carne, embutida humanidad que se multiplica en el tiempo… Que espanto, solo quiero cogerla.
Bueno, en fin… -digo y me levanto- quieres una bebida…? Espero la respuesta mientras camino a la cocina. Si por favor, pero sin hielo, vi en un programa que el cambio de temperatura en el cuerpo puede ser muy malo… Ni que lo digas, pienso, si en este momento lo único que quiero es más calor, el tuyo.
Una borrasca ha pasado por el cuarto. Una mancha de sabanas sudadas y el ventilador disparando un fresco relato del caldo salado que inunda el dormitorio. Su piel es más caliente que mis sueños, y se encuentra mirando el cielo, contando las moscas que deambulan buscando la ruta de tanta hormona diseminada.
Prefiero el daño al cuerpo, un poco de hielo me caería bien… Pienso que en realidad yo soy el limitado, sus palabras tienen un claro sentido pragmático.
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