Mitos y salsa monga

Como toda expresión de la creación humana, esta tiene una diversidad de enfoques, expresión de los múltiples intereses de los creadores, determinada por la historia, formación y capacidades de cada componente. Por ejemplo, he aquí el mito y la razón encubierta de quien sabe que oscuro motivo –si es que lo hay- de esta crónica, existe una clara división en los que disfrutan la salsa. Están los que se dejan llevar por los acordes y la lírica sin medir más que sus propias intenciones, de manera que la sonoridad tiene un sentido estrictamente de divertimento momentáneo; existe otros –que pesada tarea la de discriminar cuando las clasificaciones son solo una excusa para distraer- los que se concentran en la orquestación, la fuerza y la lírica de cierto tipo de compromiso con, por ejemplo, el mestizaje desde la raíz latina.
El mito concreto es que a fines de la década de los setenta un productor –Luí Ramírez- creo un tipo de salsa que rompió con el predominio del sonido fuerte –duro- de las orquesta tipo Fania All Star, y que fue él que le dio el definitivo impulso manteniendo una relación con el relato mestizo que se produce desde el latino- y creó lo que se llamo salsa romántica o balada salsa, o como caracterizo Eddie Palmieri a principio de los ochenta “Salsa Monga” -para los colombianos "salsa colchon" . Y bueno, hay tienen.
No puedo negar que por deformación personal me interesa y provoca mucho ese sonido “bestial” –Peláez me recuerda que Bobby Cruz y Richi Rey fueron llamados “Salsa Cola” en alusión al sonido swing que lograban sus interpretaciones y alejadas también de la raíz que se apelaba- de la década de los setenta. Pero no puedo negar que disfruto cuando le dedico un temita monga a la mujer de la mirada de fuego, y que ella lo agradece moviendo su cuerpo rumbero, sus largas piernas y las caderas de ensueño.
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