Resultado de Segunda Vuelta: la ultraderecha al poder, los escenarios
Fue un resultado más o menos proyectado por distintos analistas para la segunda vuelta presidencial. Era uno de los dos escenarios más probable, el otro que las derechas ganaran por menos de 10%. Desde este momento comienza un acomodo mental para preparar lo que en marzo se inicie: una etapa histórica singular en Chile no conocido en casi 7 décadas -obviando la Dictadura civil militar, y los gobiernos de Piñera (que ganaron en un contexto de contención programática que la hizo gobernar en el marco del pacto transicional del duopolio). El de Kast será un gobierno en que no le debe explicación política ni programática a ningún pacto con el centro, además con varios elementos narrativos -los millones de votos son el mayor caudal obtenidos en la historia de Chile que ha logrado algún presidente- que hacen más difícil una contención para el mundo progresista y popular.
Y aquí es
donde surgirán los dos caminos alternativos para la instalación y el despliegue
del primer año de administración de derecha: el modelo Meloni, avance
pragmático, de negociación, en que se buscan acuerdos legislativos -en
respuesta de un delicado equilibrio de fuerza en el Senado; o, el modelo Milei
que es motosierra y shock para enfrentar una crisis inventada comunicacionalmente
por el relato de campaña, que pudiera ser un pie forzado e imponer las primeras
medidas.
Hace unos
días el medio especializado The Economist (en un artículo trascrito por El
Mercurio) señalaba algo que se dijo de modo crítico por parte de la campaña de
Jara: que mucho de lo que prometió el ganador de esta contienda es de difícil
implementar sin arriesgar el crecimiento, por ejemplo el modo en que reducirá
los US$ 6.000 millones de gasto público, incluso la nota precisa que gran parte
de las medidas antinmigración y delincuencia “requieren políticas sofisticadas”
que Kast nunca expuso en su programa. Esta es la carga de las propuestas que
deberá comenzar a implementar, y las expectativas, de parte de los más de 7 millones
que lo votaron estarán atentas.
Con el bolso
de votos que logró, en una primera etapa se podrá permitir alguna holgura, pero
aquí viene lo interesante. Si pretende seguir el modelo de la motosierra,
algunos articulistas de la ultraderecha, como Axel Kaiser, ya le señalaron hace
dos semanas que tiene que usar ese mismo apoyo para aplicar las medidas más
“urgentes”, que suponemos que serán bajo el paraguas de la “potestad
reglamentaria” que posee el ejecutivo y que por la vía del decreto pudiera
iniciar una intensa etapa de “shock”, como ya lo deslizó en el cierre de
campaña del jueves pasado.
En el campo
progresista y popular los desafíos no serán menores: avanzar en la reorganización
del tejido social.
A pesar de
la derrota, por compleja y contundente que haya sido, se trata de un resultado
circunstancial, que deberá ser revertido mediante la expresión organizada del
rechazo a las medidas que la derecha pretende impulsar. Desde el mundo de las
organizaciones sociales y de los territorios populares, este tipo de coyunturas
forma parte de una experiencia histórica de larga data; no constituyen una
novedad. Más aún, frente al vacío programático en que inevitablemente caerán
las propuestas reaccionarias, surgirán expresiones de resistencia y oposición
activa. Este escenario ha sido previsto desde hace tiempo por la propia
derecha, que incluso lo ha reconocido públicamente. No es casual la postura de voceros
como Rodolfo Carter, quien ha evitado explicar qué programas sociales serían
eliminados, con el argumento explícito de no “alertar” una eventual oposición
social.
Habrá que
prepararnos para una etapa muy excepcional en la historia de las últimas
décadas, en que un gobierno de ultraderecha logra llegar a la presidencia por
la vía electoral, con un programa que apela a una “crisis” que es más
comunicacional que real, pero que nos exige a todos para trabajar para defender
la democracia.


