Vacaciones (en marzo): romper el tedio de la modernidad
Habitualmente vacaciono en marzo. Lo cierto es que viajar en esta época, para mí, solo tiene ventajas: no hace tanto calor (mientras más se acerca el inicio de otoño, las tardes y las mañanas se hacen más frescas, cuestión que no me incomoda), las localidades costeras y el interior de las regiones se vacían de visitantes, y algo no menos importante, los costos bajan sin que esté totalmente suspendida la oferta para veraneantes -cosa que sucede ya entrando abril.
Como existe esta costumbre de visitar la “memoria” alojada en
redes sociales, miro los casi 20 años de mi actividad compartida en plataformas
y siempre me señala en estas semanas de marzo los mejores viajes de la vida,
escapadas a la playa, al sur, al extranjero, con la familia o la compañía
precisa, retrato con la cámara lugares y parajes que me desconectan, momentáneamente,
del pesado lastre de las noches de bohemia maestrística.
Cuando comenzamos a transitar por una época de profunda crisis
de la humanidad, en la que, entre el capitalismo, el cambio climático, el
colapso de occidente y la decadencia de la política, tengo la impresión de que,
en el futuro encontrar la tranquilidad será cada vez más difícil.
Walter Benjamin, en esta obra mayor—que en rigor, son dos
libros escritos con veinte años de distancia y editados póstumamente—, El
libro de los pasajes (Akal, 2007), reflexiona sobre el tedio: aquel estado
casi de somnolencia que atraviesa la modernidad, enmarcado en la producción
capitalista y los procesos de alienación. El tedio sería “un estado de
suspensión del tiempo y la experiencia”, un quiebre con la experiencia
vital en que cada individuo se sostiene en la vida urbana y en la actividad
productiva. El ritmo de la cotidianidad se interrumpe cuando uno se acerca al
descanso y rompe la rutina; en este sentido, el tedio es una tensión permanente
dentro de la modernidad. Mientras que en la premodernidad la experiencia se
acumulaba en relatos y vivencias transmitidas transgeneracionalmente, la
modernidad fragmenta esa continuidad en experiencias compactas e inconexas.
Así, el tedio aparece como el vacío producido por la modernidad. Dicho esto, el
viaje se presenta como un reconocimiento del tiempo y la experiencia.
Por otro lado, Byung-Chul Han también reflexiona sobre estos
espacios que van a contracorriente de la productividad, momentos
"inoperosos" (Giorgio Agamben habla de inoperatividad), que pueden
denominarse, entre otras formas, como “tiempo libre”. Desde una perspectiva más
amplia, vinculada a la “inactividad”, Han señala: “El tiempo libre
carece tanto de intensidad vital como de contemplación. Es un tiempo que
matamos para impedir que surja el tedio” (Vida contemplativa, 2023).
De manera crítica, el capitalismo ha sabido integrar en sus mecanismos de monetización
la perspectiva del descanso, las vacaciones y la inactividad recreativa en
torno al consumo, generando espacios diseñados para que el cuerpo se desconecte
de la urbe, pero que, en última instancia, terminan reinsertándolo en los
mismos circuitos de alienación. Es decir, un juego de suma cero para quienes
buscamos romper con el tedio.
Cada uno de los viajes que me recuerda el oráculo de las redes
sociales, aquellos en que visité tal o cual ciudad, el desierto en el norte, o el
sur siempre verde, es una confirmación de que en aquellos movimientos físicos
se esconde la necesidad de desconexión que nunca se logra realmente, es un
invento que nos hacemos pues siempre estamos vinculados con nuestros “compromisos”
o alguna tarea pendiente, la gran farsa del capitalismo es que solo podríamos
estar realmente “fuera” de la “realidad” en la medida en que se acabe aquello
que nos jala a volver, el sistema de vida que nos estropea la propia
experiencia de la desconexión, pues sabemos que tarde o temprano regresaremos a la vida productiva.
La ruptura definitiva es posible, solo sí, encontramos una razón para girar en suficientes grados como para transformar aquello que visitamos en un nuevo lugar principal, pero la tragedia se da cuando se logra eso, en ese mismo momento aquello que nos llevó a romper con la cotidianidad se transforma en nuestra nueva cascara vital, el hábitat se traslada y nos convertimos en productivos en ese espacio que pretendíamos lejos.
Este año fuimos con mi familia (madre, hija y hermano) al departamento
de mi otro hermano que tiene en Papudo, un lugar equilibradamente ordenado y
limpio, de esos conjuntos de departamento, que son generalmente segundas
viviendas, y que permiten “escapadas” en distintos momentos del año, está
convenientemente a dos horas de Santiago, un condominio que cuenta con todas las
comodidades para sostener una experiencia: piscinas y espacios comunes construidos
por paisajistas, además a 100 metros de la playa y a 500 metros de un humedal,
la mezcla perfecta entre confort y naturaleza, sin que peligremos en aquellas
experiencias asépticas, solo si es que no nos enfrentamos al cataclismo natural
del que cada uno tiene suficientes antecedentes de que ocurrirá -como un sismo o
un tsunami.
No puedo negar que se disfruta aquella experiencia de desconexión,
vital para retomar el ritmo productivo, pero a la vez se percibe como transitar
por algo momentáneo y ajeno, en fin, las vacaciones son en toda su extensión,
eso, una farsa del capitalismo y la modernidad, y con ese sentido de realidad
se debe concebir.