Un blackout sobre Chile, un viaje en bicicleta y la posibilidad de resiliencia de Santiago

 Hoy toda ciudad impregnada de cultura bíblica parece sufrir de un insidioso mal que podríamos denominar como el Síndrome Babilonia, un mal caracterizado por una condena casi unánime de los estilos de vida urbanos y los valores que les son atribuidos.” Alain Musset

El martes 25 de febrero se produjo un blackaout general del sistema de distribución eléctrica que alcanzó a más de la mitad del territorio nacional, y afectó directamente a tres cuartos de la población. Esa tarde me trasladé desde la comuna de La Reina a La Florida en bicicleta, por avenida Américo Vespucio y pude observar el caos que significó para la vida cotidiana la emergencia, tuve la oportunidad de pensar en la idea de colapso de una comunidad compleja y dependiente como la nuestra, una que se subordina a las comodidades que surgen de la tecnología: transporte y comunicaciones, ámbitos que de manera transversal fueron impactados, y otras dimensiones específicas que afectaron a aquellos que dependen, por ejemplo, a soportes eléctricos de salud, o el comercio detallista que requiere refrigeración en medio de la ola de calor.

Esta capsula de espacio y tiempo, un viaje de 10 kilómetros de distancia y entre 5 y 8 horas de cortes de electricidad, impactaron en las comunicaciones virtuales, se detuvo el transporte eléctrico, dejó fuera de servicios los semáforos, me permitió elucubrar una serie de ideas sobre el “colapso” como miedo social en la modernidad, de hecho algunos de las trending topic de la tarde fueron: #apocalipsis #caoselectrico #atentados o alguno más estrafalario como #meteorito, la mayoría en un sentido especulativo propia de las redes sociales, pero que muestran la expectación -e indignación- que generan este tipo de situaciones, lo que me mostró ese recorrido fue la cáscara de una cuestión más profunda, que cada cierta cantidad de años la vivimos por efecto de la sismicidad de Chile (terremotos y tsunamis), el impacto en la población ante la ocurrencia de una crisis como la que vivimos aquella tarde.

Alain Musset en su libro “El Síndrome Babilonia” (Editorial Bifurcaciones, 2022) revisa de modo exhaustivo la producción cultural de occidente sobre la idea de colapso urbano, el miedo que producen las crisis de los sistemas de vida que se expresan en aquellas narraciones, algunas milenarias como el destino de Atlántida descrita por Platón en “Timeo”, desde esa descripción pasando por la “Apocalipsis” de San Juan, hasta la destrucción de Nueva York o París (el pináculo de las ciudades modernas en occidente) en innumerables relatos distópicos, las sociedades inevitablemente se allegan a figuras simbólicas para entender el impacto de aquello que nos saca de la normalidad, en ciudades como Santiago la normalidad es rota por el sismo de gran magnitud que cada decena de años nos jala al caos.

En esas primeras horas mucho del desorden y la desorientación está dado por la relajación de las normas y la ausencia de la autoridad central, una especie de recreo heterónomo, cuando falta la inmediatez de la ley (semáforos, por ejemplo), opera la perspectiva autónoma, aquella que hemos aprendido y nos señala que la comunidad es el soporte desde el que debemos asirnos para salir adelante de la crisis (por cierto es la perspectiva que comparto), horizonte que se va diluyendo en la medida que pasa el tiempo.

Algunos estudios señalan que una comunidad compleja y diversa como la nuestra, en una ciudad como Santiago, necesita entre 25 y 30 días para perder -en una crisis de dificultad para acceder a elementos básicos como alimentos, electricidad, agua, medicina- toda norma heterónoma, aquella que es impuesta por una autoridad externa al sujeto que la cumple, en la que la administración central del estado pierde control y todo se comienza a transformar en “sálvese quien pueda”, o se tribaliza la sociedad en torno a líderes locales. 

En estos días terminé de ver la serie “Día Cero” (Netflix, 2025) con la actuación de Robert De Niro, sobre un hackeo terrorista de un minuto de duración en el que EEUU queda en blackout general (todos los servicios vitales, desde transportes a comunicaciones se vieron intervenidos) y desde ese punto se construye un muy ágil thriller político. Lo que pretendo destacar es la idea  que subyace en la premisa de la serie: la pérdida del control de parte del estado, y de las normas sociales sobre las que se basan la vida en las grandes ciudades, genera un terror que surge de manera inmediata cuando se enfrentan circunstancias como la de este martes, aunque en nuestro caso fue por 8 horas en una tarde de verano, la ciudad se vio invalidada, la posibilidad de certezas ante la distancia y la oscuridad generaron un miedo atávico, a pesar de que mantenemos experiencia como sociedad, demostrando resiliencia en distintos momentos por nuestra experiencia ante cataclismos.

El historiador británico Niall Ferguson (un conservador que en muchos momentos descree en las burocracias estatales centralizadas) en un libro revelador sobre estos fenómenos “Desastre. Historia y política de las catástrofes” (Debate, 2021) incorpora el concepto “Resiliencia institucional” (una característica que en Chile hemos demostrado en el paso de los años al reconocer la capacidad para responder a eventos catastróficos), y apunta a que no existen desastres “naturales” sino que fallos en las decisiones y liderazgos de las autoridades, una idea -sostengo- que debe ser matizada por las características e idiosincrasias locales, pues a pesar de todo lo que pude observar en ese recorrido del martes pasado, quiero suponer que muchas conductas solidarias que observé deben ser las que prevalezcan antes situaciones estresantes para ciudades con la identidad que posee Santiago.  




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