El bravucón (Bouncer) o cadenero que observa las sombras de la rumba
Bravucón -bouncer- se les denominaba, hasta la mitad del siglo pasado, en los bares y tabernas en EEUU, al encargado de mantener el orden de los parroquianos que, por efecto del alcohol, se acostumbraban a las pendencias y problemas de conducta, estos personajes serían los actuales guardias, o también llamados cadeneros.
Existe una larga tradición en occidente de este tipo de
personajes, son una identidad prototípica que es ampliamente utilizada en la
producción cultural para señalar un tipo de individuo generalmente voluminoso,
tosco, amenazante y con una presencia que destaca cierta falta de delicadeza.
Esta figura me ha marcado en una de mis labores en las últimas dos décadas, por
lo que su representación es también una narrativa que me compete -ahora sería
algo así como “me habita”- por tanto es hasta cierto punto, una identidad o
externalidad inmersiva que me permite realizar una labor que es central en el
boliche, actividad que por cierto también me ha permitido desentrañar parte de
la naturaleza humana, aquellos sujetos que se transforman en la noche,
empujados por el alcohol y las drogas, en la antípoda de lo que profesan en el
día, al realizar las actividades por las que son habitualmente reconocidos como
ciudadanos.
Hace algunas jornadas pensaba en estas cuestiones, sobre el impacto
personal en mi historia, pero además en el impacto para muchas personas que han
construido experiencias en Maestra Vida, y de las interacciones que he logrado construir
en estos veintitantos años, pues ser el cadenero implica responsabilidad, en
algún momento delicadeza, sutileza y tranquilidad; y en otros tantos responder
con dureza y fortaleza para imponer las reglas heterónomas que rigen la
actividad nocturna, así como una serie de normas autónomas que se han ido
imponiendo en el ejercicio del boche rumbero.
Un ejemplo es saber distinguir cuestiones sutiles que se deben
vivir para lograr explicarlas, son varias taxonomías que pueden parecer
simples, pero que describen las complejidades del ser humano. De estas
clasificaciones una de las que más me sirvió por el contexto en que me movía,
está la que dividen en: los que “son vivos” -dicho con cierta levedad callejera
-¡¡¡vi´os!!!-, y por otro los que “se creen vivos”.
Del grupo de los que “son vi´os”, serían a aquellos que
intenta no llamar la atención, mantienen un bajo perfil, aunque a veces de
tanto transitar en la parte oscura se les hace necesario un poco de exposición
a la luz. En cambio, los del segundo grupo -mucho más numeroso- siempre se
alumbran, en un intento por ser vistos por aquellos que los rodean.
Entender esta distinción que a la larga funciona como una
regla, me demoró muchos meses, sino acaso un par de años. Esa comprensión
sirvió para identificar a quienes se asoman por la puerta del local que, dicho
sea de paso, absolutamente todos podemos ser clasificados en alguno de esos
grupos, en conductas livianas o en algunas más groseras. He tenido experiencia
con ambos tipos en situaciones que se suman en un sinfín de combinaciones,
algunas pocas de riesgo, las más de las veces simples anécdotas, pero todas
muestran las orillas de aquellas humanidades que transitan por este espacio.
Por lo mismo, y de acuerdo a este criterio, todos están
anotados en una libreta que mantengo en un rincón de la mente, en una columna
están los menos, los “vi´os”, y en otra parte están los más, los “que
se creen”, aquell@s que presumen conocer los rincones del mundo nocturno y
no son más que visitantes ocasionales de las sombras ¿y yo? Solo soy el observador,
simplemente el cadenero…