Vista a ESMA en Buenos Aires, un espacio de Memoria para resistir la impunidad y el olvido
El 24 de marzo de 1976, en Argentina cae una bomba -de similar potencia destructiva de la caída en Chile en septiembre de 1973- que sepultó la democracia y truncó la vida de millones de habitantes. Ese día se inició una dictadura de las más brutales que conoce nuestro continente -siempre se ha dado un debate anacrónico, acaso una especie de murmullo, respecto del nivel de horror de las dictaduras en Latinoamérica y sobre cuál fue la más sanguinaria, al final el resultado en todas es más o menos lo mismo.
En estos días estuve, con mi compañera y familia, en un
Buenos Aires cargado de indiferencia -es lo que percibí en los espacios por los
que transité- pero que a pesar de aquello hasta los que por distintas razones
adhieren al actual gobierno de extrema derecha, o los que se declaran fuera de
los debates políticos (también de derecha) sitúan en esta fecha el inicio de lo
peor de la historia para la nación hermana: la Dictadura civil-militar que
gobernó hasta diciembre de 1983.
En esta visita tuvimos la oportunidad de estar en dos
oportunidades en ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada), la primera para
conmemorar 20 años desde que este centro castrense, el mayor recinto de
exterminio de opositores a la dictadura, del que se señala que ingresaron
alrededor de 2.000 detenidos y solo sobrevivieron 250, una verdadera máquina
del mayor horror que se pueda imaginar en cualquier circunstancia, fue
entregado a regañadientes al gobierno de la Ciudad por parte de la Armada. Hoy
este lugar es denominado “Espacio para la Memoria y para la Promoción y Defensade los Derechos Humanos”.
La segunda visita fue para recorrer el edificio principal de
torturas y exterminio denominada “Casino de oficiales”. En este recorrido me surge
la convicción que espacios como el ESMA debe ser una política pública de estado,
pues si no existieran las sociedades simplemente olvidan que fue lo que se
vivió, y se perdió, en aquel periodo oscuro.
Entrar a las dependencias donde mujeres embarazadas fueron
obligadas a parir en cuartos de 3 x 3 metros, y luego esos bebés entregados a
familias de los mismos militares o cercanos a la dictadura, y las mujeres echas
desaparecer es una experiencia sobrecogedora que solo se logra dimensionar en
la medida en que se puede ver. O recorrer los espacios donde fueron vejados y
torturados cientos de prisioneros y prisioneras, debiera ser una obligación
ética hacer una visita a lugares como aquel museo.
En momentos de la historia que el continente es recorrido
por formas de negacionismo y revisionismo de la memoria, disputa abierta con
sectores reaccionarios, es indispensable situar hechos y levantar la
indispensable necesidad de mantener el legado de las dictaduras del continente,
sin relativizar ni minimizar, que son las formas que en ambos lados de la
cordillera se utilizan como expresión del fenómeno que señalo para lograr el
olvido y la impunidad.
Si tiene la oportunidad de visitar la capital trasandina, dense
una mañana y recorra al menos el edificio principal, de oficiales, vivan la
experiencia de un capítulo que no debe ser olvidado.