Miedo y construcción de la realidad, el nuevo orden que emerge
La principal característica para la construcción de la
realidad que se difunde en la sociedad -que la distingue como fenómeno a las
décadas precedentes, es la masividad de imágenes de video de televigilancia y
la facilidad de contar con equipos de comunicación -smartphone- prácticamente
en todos los rincones del planeta, y por cierto en Chile, permitiendo registrar
cualquier hecho que impacte localmente a las comunidades.
Haciendo una somera comparación histórica, alrededor del 1900,
por ejemplo, la tecnología predominante era la imprenta, la cual era
ampliamente utilizada por distintos círculos de interés, no solo de parte de
los espacios hegemónicos de la élite, y de eso dan cuenta periódicos obreros y
cristianos, incluso iniciativas tan destacadas como la Lira Popular, que
retrataba en verso hechos de actualidad, sociales, políticos, culturales, que
se difundían en los territorios populares.
En el presente ese espacio de información, y en muchas formas,
de entretención, fuera del status quo de circuitos de medios formales y
oficiosos, la dan las redes sociales que difunden sin mayor control hechos,
opinión y actualidad, con mínimo contexto pero ampliamente difundido por la vía
digital, lo que permite que de manera más o menos instantánea imágenes se
difundan con el último asalto, crimen, acto de corrupción, desorden, catástrofe
o desborde natural, las mismas materias que se difundían entorno a las
imprentas en folletos y medios obreros de hace siglo y medio.
Hoy existen esfuerzos desde la institucionalidad por enmarcar
aquellos contenidos, que hayan imágenes circulando masivamente no implica que
se expliquen por sí mismas, de hecho nuevos fenómenos se han ido instalando,
junto con la explosión de fake news (contenido falso que circula como
noticia, es decir, con una redacción que imita información oficiosa), y de modo
más sofisticada los deepfake (imágenes generadas por software de inteligencia
artificial) han obligado a la generación de políticas públicas de parte de los
estados, como a la autorregulación de algunas generadoras de contenidos (no
siempre aceptadas de modo expedito), todo estos aspectos han ido modificando la
“realidad”, es decir, la percepción de la población de fenómenos tan complejos
como la violencia marginal -distinta a la violencia institucional-, la drogadicción
o la delincuencia.
A toda esta carga de elementos se debe añadir uno estructural
del sistema de medios de comunicación, las líneas editoriales, al menos en
Chile, está fuertemente coaptadas por intereses corporativos políticos y
económicos que se interesan por respaldar y profundizar el orden vigente desde
la dictadura, que en aras del pacto de gobernabilidad que se suscribió en la transición,
permitía la cohabitación del arco de representaciones elitistas sin que entre
estos existiera una real voluntad por ampliar el rango de democratización de la
sociedad, menos de cuestionar ese orden social y económico, por lo que al construir
aquella realidad se requiriera, de parte de la población, los valores del orden,
para esto se debía exacerbar el desorden como una tendencia cercana al paroxismo.
En las últimas décadas con el acenso de los movimientos sociales
que reclaman por nuevas agendas, con problemáticas que no siempre interesan
destacar a las élites a no ser que tenga potencial como producto mercantilizado,
eran relegados.
La operación de toma de control de la agenda pública se perfeccionó
casi desde la década de 1990, en sucesivas tandas de campañas se fue estrechando
ideas de emancipación por el riesgo que implicaba la delincuencia, la violencia
e incluso aquellas incivilidades que en otros momentos eran tratadas como
expresiones de rebeldía juvenil (grafiti, música en lugares públicas etc..) hoy
son perseguidas como delitos -hizo lo propio el populismo penal- todo nos ha
llevado a contemplar la falta de rigor de los colegisladores, gobierno y congreso,
que se han prestado para un forzado pacto por la seguridad (asumiendo que aún
existe alguna convicción crítica en el gobierno reformista por la democracia y
los derechos humanos) que coloca al centro el control como valor supremo.
Los hechos de corrupción de las instituciones policiales han
venido a agregar una cuota mayor de incertidumbre, cuando lo que se comprometió
el ejecutivo fue, originalmente, un plan de reformulación de las policías, en
especial de carabineros, hoy tenemos a la vocera del gobierno hablando sin complejos
de “nuestros carabineros”.
Pero volvamos a la idea que origina esta columna, la
existencia de contenidos instantáneos -propio de este siglo- en contrapunto de
lo registrado en el siglo XX que se sostenía en el relato oral, en la declaración
verbalizada del hecho delictual impreso, o descrito por medio de la grabación fonográfica
o televisiva.
Los crímenes delincuenciales que se registraban en la prensa y
en los medios alternativos estaban contenidos en una relación escrita de
hechos, en el caso de medios impresos, o de cuñas de contexto de lugares o
personajes que atestiguaban para el medio audiovisual tal o cual circunstancia,
hoy una importante carga del contenido de las notas “policiales” por ejemplo de
los noticieros, y los portales de noticias (asumiendo la casi desaparición de
los medios impresos), se sostienen en el registro de la cámara de seguridad, o
del video vertical del smartphone. Esta tendencia ha implicado que el hecho delictual
adquiera otra connotación en tanto línea editorial, facilitando la construcción
de relatos fortalecidos por la observación de hechos que se repiten, en todos
los canales y portales de noticias complementado por los comentarios del periodista
y notero, del conductor y el comentarista desde el estudio, una orquesta
afinada que gesticula una misma canción: miedo, estamos siendo asediados por una
alteridad delictiva fuera de control.
Bernat Castany Prado señala en “Una filosofía del miedo”
(2023) “El atropello mental que
provoca el temor es el equivalente espiritual de la huida, Cuando suena la
alarma nos resulta imposible elaborar un razonamiento claro y concluyente. En
lugar de evaluar la situación con lucidez, giramos obsesivamente en torno a
algunas ideas que no logran encadenarse de forma coherente…”
De un modo similar Naomi Klein en su ya clásico ensayo de 2007
“La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre” analiza
justamente el mecanismo que produce en el ser humano, y que es extendido como
fenómeno a las comunidades sociales, el estado de shock postraumático, la pérdida
de conciencia de hechos que en estado de normalidad cognitiva serían
impensadas.
Pues bien, lo que hoy vivimos como sociedad, es similar a un
estado de shock que está abriendo las puertas para que se tomen medidas de
restricción de las libertades civiles en aras de la seguridad que parece perdida,
el miedo que producen ese caleidoscopio de imágenes repetidas, sucesivas y relatadas
por la voz en off estaría produciendo ese estado mental colectivo.
El llamado de atención es a reflexionar y resistir la imposición
de un nuevo orden social sostenido sobre el miedo, y las restricciones que
permitimos de parte de la autoridad para mantenernos a salvo.