Celebración exótica, Halloween

La naturaleza social y cultural del ser humano se ve enfrentado a un espejo cada vez que tenemos que celebrar alguna ocasión de manera masiva. Esta es una tendencia que se ha reconocido a lo largo de la historia humana. Por ejemplo, este 31 de octubre nos hemos ido habituando a celebrar una festividad de otra latitud como si fuera nuestra. Halloween es una celebración del fin de la cosecha en el hemisferio norte, que por efecto de la penetración cultural de los
medios de comunicación y cultura, se han ido mimetizando en nuestro calendario.

Por supuesto que hemos discutido muchas veces que en el sur del continente, en estricto rigor desde el Río Bravo a estas latitudes, tenemos para este mismo tiempo, otra festividad que se conoce como “Día de los muertos”, o para el 2 de noviembre, de todos los santos, una resabio de distintas formas de sincretismo que mezclan el paso del invierno al verano, en verdad la celebración del mejor tiempo que permite la siembra y en ese camino se recuerdan a los que no alcanzaron a pasar el crudo invierno.

Pero más allá de las consideraciones de raíz de estas fiestas, lo cierto es que en especial esta importada muestra una especial centralidad en lo carnavalesco del disfraz, en la posibilidad del desdoblamiento, el ser otro en el espacio público, un delincuente, o una estrella, un desquiciado o un líder, aquel personaje que representa la moda o el sentido de lo contradictorio, es la fiesta en su forma más esencial.

Por eso es meritorio que esto que surgió como expresión localizada, y para grupos etarios más bien infantiles, se ha transformado en una excusa para que todos se transformen en aquellos que quieran ser. Una utopía en esta realidad tan chata.   

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