"El Conde" (P. Larraín) retrato desde la comedia negra de un personaje siniestro

La película “El Conde” (Pablo Larraín, Netflix 2023) es esencialmente un producto de entretenimiento, concebido para, desde la comedia negra, describir a un sujeto siniestro.

Desde su estreno, a mediados de septiembre, ha generado un caudal de críticas, al parecer, motivado sobre todo por el género que se utiliza y la premisa fantástica que sostiene la historia. Pinochet es un vampiro, interpretado por Jaime Vadell, de origen francés de 250 años, que ha logrado sobrevivir siglos de revoluciones y revueltas, con el ethos del orden vertical de un policía monárquico, devenido en este rincón de mundo en un general sanguinario, que se alimenta con las víctimas de la dictadura, además de un ladrón.

Por supuesto que el homólogo histórico, con su doloroso legado provocado a millones de chilenos que vivimos la dictadura, probablemente requiere otra aproximación, y en esto que sea la comedia negra el camino para reflexionar al personaje, ha generado algún resquemor en el tratamiento que finalmente se logra en la narración.

El arte tiene la capacidad y virtud de poder retratar hasta los sujetos y las etapas más oscuras de la historia de los pueblos, desde distintas disciplinas, algunos más en el tono del realismo, otras desde la sátira o la comedia al representar las complejidades humanas de aquellos a los que se les describe.

Pero estas polémicas tienen diversos episodios, por ejemplo, el 2019 se estrenó Jojo Rabbit (Taika Waititi), una comedia que imagina el vínculo entre un niño de 10 años, militante de las juventudes hitlerianas, a quien en sus aventuras se le aparece un inquieto, y algo patético Hitler -héroe del niño. Obviamente que la historia transita por la tragedia, y desemboca en la esperanza, no se podías esperar otras cosa de un producto del mainstream hollywoodense. El tratamiento del personaje histórico, su tono casi inocente generó críticas diversas, a pesar de no ser una obra descollante, es una buena obra que usa la comedia para retratar situaciones extremas del horror que vivieron millones de personas en Europa. Como este film, existen un sinfín de otros ejemplos de la compleja relación entre arte, especialmente cinematográfico, y pasajes traumáticos de la historia humana.

Al parecer en el caso de El Conde, y alguna crítica que se ha centrado en el género, parece apropiado usar la definición de Vincent Pinel en su enciclopedia “Los Géneros Cinematográficos”, para situar aquel aspecto al que se han referido distintos comentaristas. Pinel explica que “lo propio de la comedia es provocar la risa o la sonrisa poniendo el acento sobre el ridículo de los personajes, los defectos de la sociedad, el aspecto caricaturesco de las situaciones…”.

De esta definición podemos discutir hasta qué punto es o no gracioso algunos pasajes de este trabajo de Larraín. Admito que la disfruté desde cómo se propone al usar la comedia como vehículo expresivo, sin que produzca una excesiva hilaridad, pero suficientemente claro en lo central de la descripción del dictador, basado en la información  que se conoce de él y su entorno familiar, guion coescrito entre el mismo director y el dramaturgo Guillermo Calderón, donde muestra al círculo del vampiro como un grupo de seres que ayudaron a dirigir y alentar las peores muertes masivas que cuente la historia de Chile, además de ser unos rastreros y ladrones que no dudaron en esquilmar las arcas públicas.

El Conde es una caricatura, decadente y displicente, que en un momento de aburrimiento pretende terminar con su larga existencia -lo pretende lograr al dejar de consumir sangre humana- pero en un atisbo de vida, provocada por una joven monja-contadora-exorcista (Paula Luchsinger) marca en el dictador un motivo para continuar su decrépita existencia.

No hay en ningún momento un tratamiento distinto que aquel que se pudiera merecer un ser tan nefasto para la historia reciente de este país, sin concesiones a distintos aspectos de su familia -con prácticas corruptas documentadas por numerosas investigaciones periodísticas- y el entorno inmediato del general, especialmente el personaje de Fyodor Krassnoff, el mayordomo lamebotas interpretado por Alfredo Castro.

Definitivamente no es ni una obra de arte, a pesar de que logra una muy correcta fotografía, la ambientación desolada de la pampa austral ayuda al tono gris, está lejos de ser una mala película, es al menos entretenida en su manejo entreverado de sus distintos nudos argumentales, captura en sus 110 minutos.

Al parecer, la polémica que ha suscitado este trabajo de Larraín, no es el mejor de su filmografía, sospecho que tiene más que ver con su condición de ser parte de la élite de este país, una cuestión que a esta altura parece baladí, secundaria si se piensa que en estas dos décadas ha logrado sostener unas muy destacadas películas.

Probablemente, y respecto a un cierto revisionismo histórico sobre otros personajes y periodos, como es “Neruda”, la campaña del plebiscito de 1988 en “No”, o “Post mortem” se dan licencias, pero lejos como para que una formación general no pueda permitir contrastar aquellas narraciones con la realidad histórica.

Por lo tanto, ver “El Conde” es una oportunidad de aproximarse al tratamiento desde la comedia que propone Larraín.




 

 

 

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