Corrupción, lo mal que le hace a la política de izquierda

El poder transforma a adultos en niños tras dulces, descontrolados, algunas veces de modo irreflexivos, movidos por sus impulsos. Algo así le leí hace muchos años en una entrevista a Carlos Matus (exministro radical de Allende). Esta idea siempre me pareció un acierto para describir un fenómeno humano que se da con tanta facilidad, y que sumado al impulso que genera la necesidad por dinero, todas las conductas que adoptamos para mejorar nuestro patrimonio, incluso de aquellos que levantan discursos éticos aséptico, esencialismo que en la mayoría de las veces sucumbe ante la posibilidad del turro de billetes.

Un ejemplo inmediato de esta contradicción, por un lado, algunos se señalen como depositario de un estoicismo incólume, y por otra la necesidad de sostener con cierta dignidad la vida de quienes actúan en política, hoy tiene un capítulo lamentable con lo que se ha sabido entorno al denominado caso corrupción RD / Fundación Democracia Viva, y es lamentable, porque sé que hay gente genuinamente motivada para aportar en programas de transformación, pero ese impulso primario por tener un estándar de vida digno -supongo que es la motivación-, provoca faltas éticas o derechamente delitos, es algo que en política se da muy seguido.

De esta coyuntura en particular se dan algunos elementos adicionales que requieren ser considerados. Por un lado, la derecha y su armada comunicacional son especialmente ácidos en la descripción de estas maquinarias corrupta -es correcto la denuncia pública- pero rápidamente se transforma en un arma política que permite a un sector históricamente vinculado a situaciones de corrupción, ser los que señalan estas faltas como parte de una especie de práctica habitual, cosa que no es cierto. Por otro lado, también jugado como herramienta política de la derecha, se denosta a todo el mundo progresista y de izquierda en el empeño por reformar y transformar el estado de las cosas, con fórmulas propagandísticas como que no se tiene la capacidad para administrar el estado, o sobre el tamaño del aparato público, etc.

Estas cuestiones nos colocan en el dilema de tener que defender el fondo de proyectos emancipadores que son atacados por actos puntuales de sujetos que se transforman en delincuentes para cumplir sus objetivos patrimoniales, parte de un círculo viseado de: transformar el sistema de consumo, pero desde posiciones patrimoniales acomodadas, es decir, el vacío mismo de la política.

Esta crisis requiere que volvamos a debatir los esencial, la política es una actividad de entrega genuina por proyectos de transformación de la realidad social, y eso lleva consigo que nadie se puede enriquecer con ella, es más, lo ideal sería que quien ejerce la actividad pública, una vez concluida su participación, salga con la misma huella patrimonial.

Volver a lo esencial debe ser la enseñanza, además que con todo esto mucho del impulso que pudo tener la administración de apruebo dignidad/SD se verá limitada ante el pueblo.    



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