Restauración, las fuerzas conservadoras controlan el proceso de normalización institucional
En esta coyuntura el mundo popular y progresista está en medio de varias disputas políticas, y de momento el resultado está siendo adverso. Fuertemente jalonado por las derrotas del plebiscito de septiembre de 2022, y la elección de consejeros constituyentes de mayo, en que las élites y las derechas han logrado manejar los temas y controlar las velocidades de la agenda, imponiendo los términos y condiciones del debate sobre cuestiones centrales del proceso, que a esta altura es pertinente denominar restauración de la normalización institucional neoliberal.
Pasamos de la rebelión de 2019 a la contrarrevuelta de 2022/23
a una velocidad vertiginosa. En 4 años habitamos entre Buenos Aires de 2001 -como
fuente de vocación antisistémica-, a las protestas de París en junio de 1968 en
apoyo al orden conservador gaullista -resistencia contrarrevolucionaria del
avance de los estudiantes y trabajadores de mayo-. Un zigzag que muestra en
vivo y en directo aquellas contradicciones cíclicas que probablemente no han
acabado, pues tal vez la gran diferencia de aquellos dos puntos cardinales que ejemplifican
los bordes de nuestra realidad, es que hoy existe una consciencia política exacerbada
y moldeada por medios de comunicación partidarios del orden y la normalización
institucional, amplificadas por las herramientas meméticas de las redes
sociales.
“Las revueltas, como los disturbios y las turbulencias,
surgen de las multitudes: concentraciones transicionales y mayoritariamente
efímeras de personas que… actúan espasmódicamente hasta una explosión final
que, como una descarga, procede a su desintegración…”. Enzo Traverso en su
libro “Revolución” (2022) discurre en un aspecto que de momento a quedado
relegado, y que de todas formas la historiografía deberá establecer con mayor precisión,
si acaso lo que vivimos desde octubre de 2019 fue una experiencia revolucionaria,
o como señala la tesis citada, un acto de revuelta que una vez apagado su fuego
se desintegró, y en ese vaivén, las élites conservadoras entraron con una
fuerza restauradora del orden social neoliberal, que aunque cuestionado y
atacado, sobrevivió el embate callejero del pueblo revelado.
Y no es baladí este debate, pues permite situar también el
alcance del esfuerzo insurreccional como un movimiento espontáneo que pretendió,
en lo inmediato, reclamar por el estado actual y presente de la existencia neoliberal,
más que en un esfuerzo por transformar otros aspectos de mayor alcance del
sistema de dominación.
De todas maneras, ese impulso disruptivo -sea revuelta o
revolución frustrada- permitió crear condiciones subjetivas, y como hoy se ha
hecho costumbre denominar, una “opinión pública” favorable por los cambios encausados
en una reforma de estructuras que hizo carne en dos espacios representativos:
una convención constitucional de amplia vocación transformadora, y un gobierno
reformista que tiene en sus filas grupos que han manifestado también un
compromiso por los cambios antineoliberales. Esas dos estructuras avanzaron en
sus itinerarios, la primera con el resultado de septiembre ya conocidos, y el
segundo, un gobierno asediado por las presiones de un nuevo escenario surgido
desde el plebiscito, una coyuntura al que se le han ido agregando ingredientes como
es la evidente presencia de un elefante en medio del comedor, la ultraderecha
que ha terminado canalizando esa fuerza disruptiva que actúa como
circunstancial oposición del gobierno, pero que en el fondo no representa otra
cosa más que la continuidad del orden social neoliberal, esta vez ya no como esfuerzo
disruptivo -impulso destituyente- sino que como clivaje del discurso del orden que
ha sido expuesto como el verdadero paradigma por las élites.
La perspectiva en lo inmediato parece incierta para el mundo
popular, en tanto de las expectativas que se habían dado para el plebiscito de
salida, al resultado electoral con el evidente triunfo de las derechas, colocan
en adelante la necesaria recomposición del tejido popular en tanto actor social
representado por si mismo y por organizaciones que defiendan el programa que ha
quedado restringido por la campaña conservadora neoliberal.
Lo que se propone es que ese contenido programático de trasformaciones
-la propuesta constitucional- debe ser el punto de partida, el horizonte de
democratización que debemos aspirar a construir como mundo social y político,
las ideas e instituciones que fue propuesto en un trabajo deliberativo que mantuvo
una representación más o menos inclusiva, que sintetiza muchas de las demandas
de territorios, abarcando la voz de las bases sociales, plurinacional y
culturales que componen el crisol llamado Chile.
Pero obviamente que para llegar a tener viabilidad, debemos resistir,
acumular fuerzas, organizar y en algún momento pasar a la ofensiva, pues existe
la convicción que la única forma para afrontar el peso del sistema neoliberal,
romper las cadenas del sistema de dominación será con organización y consciencia.