Normativa antidelincuencia, avanza el estado policial
En cada ocasión que se han aumentado las atribuciones a las
policías y la institución jurisdiccional punitiva, a la larga a quienes afecta
son aquellos que disienten del poder estatal y el orden social. Esta es una
constante, que sin necesidad de ir muy atrás en la historia, se puede observar
en cada coyuntura en que se ha necesitado contener y reprimir aquellas formas
de disidencias que molestan al estatus quo: pobladores marginados, estudiantes
alzados, juventud disruptiva, identidades diversas.
Por ejemplo, esto se demuestra con el proceso que se vivió el
año 2008, cuando se reformó el Código Procesal Penal, que sostiene el nuevo
procedimiento punitivo -vigente desde el 2000-, reforma que se dio al calor de
un sentido reclamo de la “opinión pública” por dotar de herramientas jurídicas
y operativas para las agencias de seguridad estatal, a fin de controlar a la
delincuencia que en ese momento se mostraba “descontrolada”, en una espiral de “violencia”
en contra de una ciudadanía desprotegida, este mensaje se repetía desde los
programas matinales a los noticieros de la media noche. En aquel momento los
partidos políticos y el Estado avanzaron en una agenda llamada “corta
antidelincuencia” que incorporó diversas modificaciones para mejorar el control
de incivilidades. En todo caso, respecto de esto último no hay claridad hasta qué
punto se cumplió con responder con aquella urgencia, pero lo que si fue notorio
es que especialmente desde el 2011 esas mismas reformas sirvieron al estado
para controlar las movilizaciones, criminalizando expresiones de protesta, y de
pasada validando a los funcionarios policiales para que sus sesgos los pudieran
desplegar bajo el paraguas de la legitimidad formal, primero contra aquellos
que identificaban como grupos disruptivos: la juventud estudiantil y los
sectores marginales-populares, y posteriormente contra la inmigración latina,
asumiéndolos también como antagonistas del orden social.
En posteriores reformas, como la ley 20.931 del año 2016,
profundizó en la ampliación de mecanismos de control, siempre en contexto de urgencias
de la lucha antidelincuencial, e inevitablemente los dirigentes de partidos progresistas
terminaron o abalando el discurso reaccionario, o sin capacidad para
contrarrestar aquellas campañas.
Hoy asistimos nuevamente a un esfuerzo concertado de los
sectores más reaccionarios de la sociedad que, en una lamentable coincidencia de
factores, sumó una serie de circunstancias para crear una justificación
perfecta, anulando cualquier debate institucional por sostener criterios
distintos a los de la represión sin cuartel a una delincuencia que ahora sí,
señalan los promotores, parece absolutamente descontrolada.
Nuevamente la campaña ha sido in crescendo, en un
esquema que ya conocemos de los anteriores procesos: medios de comunicación que
hacen amplificación de las tesis más alarmistas y sin espacio para opiniones
críticas al discurso punitivo y estigmatizador –el denominado mecanismo de agenda
setting -; por otra parte, un mensaje que es asumido como única realidad por la
población u “opinión pública”; además, una clase política en que unos se doblegan
ante la imposibilidad comunicacional y oponerse a la hegemonía del “sentido
común”, y otros simplemente incentivan dicho discurso por coincidencia ideológica
con el “orden social”; pero también, hechos de delincuencia que existiendo
-nadie puede negar que en las últimas décadas se han producido cambios de
formas de delincuencia especialmente aquella de mayor impacto y violencia-; y
no menos importante, la presencia de antagonistas absolutamente identificable
como es en esta etapa una población empobrecida y una migración social que aportan
comportamientos culturales distintos, o en algunos caso de violencia
delincuencial que no es la que habituábamos como sociedad. Si a este coctel le agregamos
actos de fuerza puntuales que afectan directamente a los agentes de seguridad, el
resultado es una vorágine en la que nos acercamos rápidamente a la consolidación
del estado policial en regla.
En este punto, lo que llama la atención es la falta de coraje
de aquellos que dicen representar de algún modo sensibilidades progresistas,
que a pesar de haber sido silenciados, contando honrosas excepciones, demuestran
una falta de coherencia permitiendo que se apruebe una agenda legislativa que
le ha dado la espalda a cualquier perspectiva de derechos humanos, que entre
normas denominadas de “gatillo fácil”, se ha avanzado a la criminalización de
la migración y otras formas de disidencia social, esfuerzos que parece que no
se detendrán hasta doblegar e imponer políticas públicas de persecución a toda “anormalidad
social”.
Debemos constatar, si, que el escenario social ha cambiado
radicalmente desde el año pasado, en especial desde septiembre, en que se han
contenido y reprimido cualquier impulso de transformación que no esté
determinado por las élites y la derecha, y para las cuales el tema de seguridad
pública es central para evitar nuevas expresiones de rebelión social.
En este sentido es oportuno leer lo que señalaban hace más de
una década las académicas Claudia Korol y Kathrin Buhl (2008) “La criminalización
de los movimientos populares es un aspecto orgánico de la política de control
social del neoliberalismo. Articula distintos planos de las estrategias de
dominación, que van desde la criminalización de la pobreza y la judicialización
de la protesta social…”. Desde CODEPU somos testigos de aquellos mecanismos
de control social, las mismas reformas que fueron pensadas para mejorar el manejo
de la delincuencia son las que permiten a las policías operar contra el amplio
margen de expresiones de disidencia social y política, parece tan evidente que
cuando se trate de contener una manifestación, el agente del estado ahora
dotado de facultades amplias, que están revestidas de un manto de impunidad a
priori, les impulsarán a usar su armamento y prerrogativas sin mayor
cuestionamiento.
Sin duda que estamos en una coyuntura especialmente adversa,
en que los movimientos sociales y populares son el trasfondo de los nuevos mecanismos
de control y criminalización, que ahora tiene denominación en un enemigo total:
delincuencia, pero que es cosa que cambien las prioridades de la “opinión pública”
y serán todos aquellos que no están de acuerdo con el orden social y político. Un
retroceso definitivo para el ejercicio de derechos a la protesta social.
Pero esto no acaba acá. Junto con la vigencia de la ley “gatillo
fácil”, se ha mencionado una lista de 70 iniciativas de amplio rango, una
verdadera agenda “amplia antidelincuencia” que pretende, entre otras materias,
cerrar el debate de la reforma de la ley 19.944 de inteligencia estatal, u
otras normas como las reglas de uso de la fuerza (FUF) que pretende regular en una
ley criterios de procedimientos de las policías en el ámbito de orden público.
Esta campaña ha provocado que instituciones nominalmente neutrales,
a pesar de tener un fuerte compromiso con el orden social, como es el poder
judicial, la ministra vocera de la Corte Suprema Ángela Vivanco, señaló hace
algunos días "Hay un régimen de libertades públicas que hay que combinar
con la seguridad, pero no nos podemos transformar en un Estado policíaco".
Como se ve, si no tomamos la iniciativa como organismos de
derechos humanos, en conjunto con las organizaciones territoriales y populares,
cada una de estas normas significarán pesar para el pueblo, la historia así lo
ha mostrado muchas veces, y esta no será distinto.