La revuelta, el presente y el futuro de la experiencia de octubre de 2019
Hay una imagen clásica del fotógrafo francés Gilles Caron que retrata los enfrentamientos en París de 1968, uno de los paradigmas de las revueltas de las clases medias precarizadas de países industrializados, que en algún momento en ese proceso se emparejan con las demandas de los trabajadores y los mundos marginales entorno de las metrópolis.
De las lecturas en las que estoy embarcado, en el último libro
del historiador Enzo Traverso señala esta toma como una representación de una
estilística de la violencia urbana, de las formas de protesta revolucionaria y
la resistencia social en contra de la violencia del estado, siguiendo la pista
a la evolución de la idea de Revolución.
Esta lectura me dio una pista de que hay algunas coincidencias
entre los movimientos que vivió París de los años 60 y Chile del 2019, mucho
más coincidencias que, por ejemplo, otras epopeyas revolucionarias como la de
los sandinistas de los 70, o del Farabundo Martí en El Salvador de los 80
´(para señalar algunos procesos cercanos en la historia del continente).
En aquella realidad, y respetando desde las distancias de cada
cual, después del impulso revolucionario de los estudiantes en huelga -se
inicia a principios de marzo en la Universidad de Nanterra, y luego se amplía a
otras instituciones académicas como la Sorvona y de ahí a los sindicatos, los
sectores conservadores encabezados por Charles De Gaulle logran retomar el
control de la crisis recién en junio, en que despliegan fuerza política en una
multitudinaria marcha, cambio de gabinete y llamado a elecciones -fin de la IV República.
Hoy vivimos nuestro propio repliegue, nuestra resaca post
proceso de salida que fue hegemonizado por las derechas y las élites, sin mucha
capacidad para imponer lo que entendemos como las urgencias, nos movemos al ritmo
de las castas, lamentablemente, así como De Gaulle controló la revolución en
Francia del 68, en Chile la derecha -y las élites- hegemonizan el relato de
nuestro octubre insurrecto.
“Los ciclos de protestas son los crisoles o encrucijadas en
donde se inventan, evolucionan y se perfeccionan nuevos repertorios de acción
colectiva, y donde se produce la socialización política de las nuevas generaciones…
amplían los límites del pensamiento político popular, innovan las tácticas y
las estructuras políticas y sindicales, o permiten la constitución y ruptura de
alianzas estratégicas entre los grupos políticos y sociales”, cita de
Eduardo González C. realizado por Ivette Lozaya L. y Viviana Cuevas S. para el
libro “Huelgas, marchas y revueltas” (FCE, 2022).
Sin duda que la perspectiva que deja este aprendizaje para las
generaciones que vivieron la rebelión, que aprendieron de qué se trata enfrentar
el poder es algo que marcará la política de distintas formas en la década que tenemos
por delante. La posibilidad de las trasformaciones que fundaron este ciclo
están pendientes, cruzados por una coyuntura contradictoria, en la que por un
lado tenemos un gobierno que fue elegido con la misión de cumplir un programa
reformista que nos acerque lo más posible a una democracia en regla, sin los
cortafuegos que se impusieron desde la dictadura, que a pesar de algunos
claudicantes políticos insisten en señalar como superados; y por otro lado, el
proceso constituyente que se debe transitar tiene mucho más de puesta en escena
que de verdadero esfuerzo crítico, pero el mundo progresista y popular lo debe
disputar.
Sobre el profunda alcance de este periodo, en el marco de los
50 años del golpe de estado, perece propicio para hacer la reflexión completa
del arco de mayor alcance entre esos dos puntos: la revolución con sentido de
reforma modernista que se instaló en el punto culmine con Allende y la UP, al
gobierno reformismo y asediado de Boric y las izquierdas posmodernas que la
apoyan, todo un desafío para el intelecto de cientos de cientistas, ensayistas,
cronistas debe estar en este momento redactando.
Como sea, estamos en un momento excepcional de la historia, que
se presenta como una oportunidad en que de modo virtuoso el paso y el presente,
la memoria y la política se encuentran y dialogan para aportar al futuro abierto
y algunas veces incierto.