Spencer Tunick y la provocación desnuda (junio 2002)

La invitación había circulado desde los medios de comunicación y luego de boca en boca hasta sumar muchos espacios sociales donde uno transitaba, y por supuesto mi entorno inmediato que en ese momento era Maestra Vida.

Para colocarlo en perspectiva, en el 2002 no existían redes sociales, de hecho el internet se estaba recién instalando en los barrios, y aún los celulares estaban relativamente segmentados, por lo que todas la comunicaciones eran “análogas”, en el mejor de los casos el cara a cara era la regla. Por todo la posibilidad de reunir a varias miles de personas la mañana del domingo 30 de junio –una jornada de inicios de invierno con pronóstico de o grado- para realizar una instalación performática convocada por el fotógrafo norteamericano
Spencer Tunick que pretendía una serie de tomas de cientos de personas desnudas ante la cámara parecía improbable.

Lo que sí se dio con mucha fuerza fue una campaña de sectores fundamentalistas evangélicos que interpretaron la convocatoria como un llamado a la perversidad social, una clara muestra de la decadencia que el nuevo siglo traía entremedio de sus promesas de progreso, todo lo cual había cargado la actividad no como un acto de representación cultura sino como una batalla entre el recato y las buenas costumbre y el mal promiscuo que representaba –para los opositores- los cuerpos desnudos.

Esa madrugada fue comentario entremedio de los habituales rumberos que disfrutaban la rumba, si acaso alguien de sería capaz de ir a empelotarse y participar en la performática actividad.


Yo en ese tiempo tenía que rajar a mi otro trabajo, por lo que no tuve muchas opciones de pensar en mi asistencia, pero supe de un par de amigos que desde la rumba, con el calor que daban los tragos y el baile se pasaron a la convocatoria, lo supe confirmado unos días después, que me comentaron la experiencia, algo que era pura provocación liberadora, algo así fueron los conceptos, que vivieron era mañana de frío, que el desinhibirse y dejarse llevar por esa marea de 4000 almas –los organizadores tenían inscritos 200 personas- marcaron un hito no solo como experiencia artística, sino que además marcaron el inicio de una nueva generación de personas y actos rupturistas de una sociedad normalizada en una matriz conservadora y algo pacata, pero que tenía la osadía de desvestir los prejuicio.

Con los años se fueron sumando otras acciones que desde el arte o el activismo reclamaban abrir la sociedad a nuevas formas de expresión. De los opositores, solo quedan sus alharacas sin posibilidad ni recursos, resignados antes el peso de la libertad, en buena hora.

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