Francia Márquez, el Vivir Sabroso y las nuevas esperanzas para la Patria Grande

Es probable que el triunfo de Gustavo Petro coincida con un proceso continental de toma de conciencias de los pueblos de la Patria Grande en torno a los desafíos comunes que tenemos por delante: enfrentar una crisis medioambiental realmente significativa para la especie humana, lograr mayores grados de integración y distribución de las riquezas, dignificar y democratizar la vida social, acceder al buen vivir, pero de estos programas es lo que propone Francia Márquez, la flamante vicepresidenta recién electa en Colombia, la que para mucho despierta un especial sentido de esperanza.

Esta mujer de la que se ha señalado que es la primera afrodesencinte en asumir un cargo político de esta envergadura, por su agenda política que concentra una intersectorialidad de preocupaciones que van desde la condición étnica de las comunidades que componen Colombia, a su calidad de mujer involucrada en importantes conflictos medioambientales, hasta los desafíos para lograr una paz duradera. Muchas de estas propuestas las encausó en un neologismo que llama la atención por la evocación que impone: “VIVIR SABROSO”.

Una primera aproximación podría hacernos suponer que se refiere a la consigna que acompañó la campaña electoral, un concepto lúdico que describe de algún modo el Ser caribeño, pero al revisar con mayor detención su uso y alcance nos encontramos con que hay una elaboración teórica que sostiene la alocución, un constructo que hace referencia a fenómenos sociales y culturales que perfectamente pueden servir para sostener nuevas prácticas políticas más allá del margen para la que fue concebida.

En una reseña de Germán Moriones P. sobre el libro de Natalia Quiceno Toro “Vivir Sabroso: luchas y movimientos afroatrateños, en Bojayá, Chocó, Colombia”, describe “Vivir sabroso es el resultado de la tesis doctoral… esta expresión local que da el título al libro se nos presenta, de manera general, como una “filosofía de vida” de las comunidades negras que fueron poblando, desde la abolición de la esclavitud a mediados del siglo XIX, la cuenca media del río Atrato y sus afluentes al norte del litoral Pacífico colombiano.”.

Agrega: “Como todo proceso de tesis doctoral, Natalia expresa que su pregunta inicial consistía en indagar los efectos de la guerra en una población víctima del enfrentamiento armado entre guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC-EP) y los ejércitos paramilitares. Este enfrentamiento culminó en “La Masacre de Bojayá”, ocurrida el 2 de mayo de 2002. Tras iniciado el combate, los pobladores de Bellavista, cabecera urbana del municipio de Bojayá, se refugiaron en la iglesia, lugar en donde cayó y explotó un “cilindro bomba” dejando más de 100 personas muertas. A su llegada a campo 10 años después de sucedido este evento, Natalia encontró silencios y rechazos por parte de los sobrevivientes cuando quería iniciar conversaciones sobre los acontecimientos de aquel 2 de mayo. Como consecuencia de ello, y tras un replanteamiento de sus cuestiones iniciales, el trabajo se enfocó hacia una etnografía de varias prácticas cotidianas del pueblo afroatrateño que se asocian con la creación de una vida sabrosa: prácticas que permiten resistir a la guerra al tiempo en que se reafirma la vida.”

Por otro lado, Ángela Mena Lozano y Yeison Meneses Copet ahondan una aproximación a la idea del Vivir Sabroso: “La  poesía,  el  canto,  el  teatro,  el  verso  y  hasta  la  comida,  han  servido  de  vehículo para exorcizar el dolor de la “gente de uno”; porque eso sí, a pesar del dolor, del mucho dolor, las personas afrodescendientes, negras, raizales o palenqueras, como quiera que se autorreconozcan políticamente, gustan de ser felices, de vivir sabroso, es decir, de armonizar su existencia con los seres y energías del territorio. Por eso no es extraño que celebren la vida, aún después del sufrimiento de la esclavización, de las marcas de la colonización, de las penurias causadas por quienes se oponen a que ellos se hagan a una buena vida, incluso,  por  la  desatención  del  Estado.”.

Es dable suponer que se refiere a una noción que es praxis antes que teórica, y que Márquez, a partir de sus datos biográficos,  la vive como propia en su experiencia vital, pero además es un concepto abordado  a partir de una la observación de campo, una etnografía, que ayuda a nutrir un programa político que hace sentido a los habitantes de un país, es probablemente una elaboración que la podemos inscribir en una novedosa tradición decolonial, una ruptura epistemológica de los contenidos académicos eurocéntricos que disponen justamente a estas prácticas un sentido neutralizante que señala que el conocimiento es para explicar, no para actuar, menos para empoderar o generar cambios en una comunidad.

Francia Márquez –y el colectivo que la acompañó a la campaña- ha tenido la capacidad de darle sentido a un localismo específico, una fórmula que sirve a la vida de los habitantes afrodescendientes y mestizos de la región del Cauca, dándole voz a millones de personas que la apoyaron en la primera vuelta electoral, y luego ese respaldo permitió asegurar el triunfo de la coalición del Polo Democrático Alternativo.

Se podría discutir si acaso una referencia tan específica como “Vivir Sabroso” pueda nutrir la política de comunidades en otras latitudes. Acaso si quiera un esfuerzo de esa índole tenga sentido, pues por lo que se ha alcanzado a revisar de bibliografía disponible, aquel concepto es una expresividad de una alteridad muy específica.

En todo caso en el reconocimiento del Vivir Sabroso hay  una oportunidad para los habitantes de otras latitudes para que desde sus propias experiencias puedan reconocer sus mecanismos de resistencia de aquellos procesos represivos o de violencia que marcan las historias de las comunidades.

Respecto de otros constructor que han surgido de prácticas comunitarias y que han servido para elaborar programas políticos en el Sur del continente es ejemplar lo que acontece con Sumak Kawsay, o buen vivir que desde que comenzó a ser utilizado como un elemento constitutivo de la teorización de resistencia en la década de 1990 se ha transformado en un verdadero paradigma para las naciones del continente en sus procesos de emancipación indígenas.




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