Guibens
Recuerdo que
cuando conocí a Guibens me pareció un hombre de muy bajo perfil, discreto en
sus modos y cansino en sus movimientos. Supuse que era simplemente por vivir
esa etapa que todos hemos pasado cuando llegamos a integrarnos a un espacio donde seremos por un
tiempo el nuevo, una novedad que es potencia de algo que llegará a ser.
Con el pasar
de las semanas, me convencí que él era así, que no era una actitud cuidadosa o
algo por el estilo. Era un hombre que va por la vida con relajo, y que el hecho
de no saber bien el castellano –hablaba solo creole/criollo- dificulta la comunicación, era solo una
circunstancia pues efectivamente era un sujeto que vivía en una especie de
tranquilidad permanente.
Su tarea en
el local era la de mantener el aseo de las dependencias comunes, además de
ayudar en otras actividades propias de la jornadas rumbera. Se integró al grupo
con el apoyo de algunos compañeros que establecieron puentes para que el proceso
fuera menos duro (la vida del inmigrante suele ser compleja cuando además no
hay idioma en común). Ahí estaba Mario, Ítalo y Olivia para ayudar.
Pero los círculos
de la existencia van orillando los proyectos y expectativas de un modo distinto
a como se desean.
Con la
llegada de la pandemia, y con menos redes de apoyo –a pesar del esfuerzo que se
hizo para que pudiera mantenerse con los elementos mínimos de subsistencia-
hizo que a mediados de 2021 volviera a Haití con su compañera Charline y su
pequeña hija.
No alcanzó a
contar las razones más precisas de su decisión,
una despedida por wsp en que agradecía el apoyo selló su paso por Chile
y Maestra Vida dejando su recuerdo que sin lugar a dudas perdurará.
Su
fallecimiento ha significado dar un par de vueltas al tema de la migración que
está en boga por la crisis de varios países del continente, crisis que ha impulsado a
miles de personas a llegar a Chile buscando mejorar sus vidas. Las imágenes son
elocuentes. Cruzar un desierto desde la altura de la cordillera es una barrera difícil
de concebir para quienes tenemos la existencia acomodada a las circunstancias que nos
hemos construido.
De algún
modo extrapolar esas postales de grupos de familias con gente mayor y niños cargando
bolsos y mochilas con las pertenencias que les caben, atravesando miles de
kilómetros es impactante.
Recuerdo los
relatos de cientos de exiliados que en los 70´ debieron salir expulsados por el
decreto del dictador, o los que en los 80´ salieron empujados por la
precariedad económica a intentar lograr mejorar sus existencias. Hacer este ejercicio de empatía es
necesario para no olvidad que en momentos de la historia de las comunidades
las circunstancias pueden empujar a apostar por viajes tan inciertos como los que miles
realizan para llegar acá.
Recordé en
la segunda mitad de los 80´mi madre viuda, con tres hijos pequeños, fue tentada
a partir a Canadá, fue una idea que le presentó alguna amiga que mi madre me transmitió. Una lejana imagen de un viaje que para un niño de 12 o 13 años de edad tenía más de
aventura que otra cosa. La precariedad era una norma en esos años grises, pero la prudencia de mi madre hizo que mejor no intentáramos un traslado así de impactante,
total al final de cuentas teníamos energía, intelecto y trabajo que nos darían fruto en algún momento.
Lamento la
muerte de Guibens, porque fue inmigrante y volvió a su país para morir en un
accidente, hacer la ruta de ida y vuelta, del círculo de la existencia de los
pobres, que no es la misma de los turistas que tienen asegurado un lugar donde
llegar, donde volver, generalmente los pobres tenemos solo una oportunidad, de ida.