Control de entrada/Control social

 «Fue en lo biológico, en lo somático, en el corporal yo, antes de nada, que invirtió la sociedad capitalista. El cuerpo es una realidad biopolítica. La medicina es una estrategia biopolítica» Michel Foucault

 

UNO. En el tiempo que llevo en Maestra Vida he tenido que adaptar procesos ya aprendidos en 20 años de actividad, mecanismos que generalmente permiten mediar entre el deseo de las personas que pretenden participar de la rumba, la fiesta al interior del local, manteniendo los códigos y costumbres, y aquellos que no cumplen con las normas de acceso.

Cuando hace un año, en medio de la cuarentena, imaginaba cómo sería la reapertura en parte suponía cosas que sí están ocurriendo: el aforo limitado, el uso de  mascarillas, el horario adaptado a la nueva realidad, el comportamiento en los espacios segregados del local. Pero también hay situaciones que no estaban cerca de mis proyecciones. De estas la más dramática (por el cambio que implica en su implementación) está la de tener que verificar los pases de movilidad, que en definitiva determinan la posibilidad de ingreso al local, más allá de otras consideraciones que también significan una restricción de ingreso como es el pago de un ticket y discriminar el estado de intemperancia.

La primera y principal cuestión que me inquieta de este nuevo contexto es que me he transformado –sin querer queriendo- en parte del aparato de control social surgido de una circunstancia tan dramática como la crisis sanitaria que vive el mundo desde fines de 2019, una característica que denota lo que Michel Foucault denominó ya en la década de 1970 como biopolítica.

El biopoder sería la capacidad de los Estados para mantener dentro de los parámetros asignados en sus programas (bien común) a los habitantes de un territorio o nación. Consecuentemente la biopolítica sería el mecanismo que especifica la forma de control de los sujetos que componen el sistema social.

En nuestro marco de crisis sanitaria, las vacunas son una política pública –entiendo que correcta, que unido a las restricciones de movimiento y reunión permiten contener la propagación de la enfermedad. Esta reflexión tiene que ver justamente con el modo en que el Estado asume su papel de organización principal de un territorio de diversas comunidad, y que para reforzar su rol y función debe recurrir a las herramientas del miedo que da la disyuntiva vida/muerte-sanidad/enfermedad, binomios que ayudan al control de los cuerpos entornando la subjetividad de los individuos, lo que de forma específica se denomina anatomopolítica, que son los mecanismo específicos del que disponen el órgano administrativo para asegurar que el individuo cumpla ciertas funciones, para el caso, restricciones justificadas por la pandemia.

El acto del reconocimiento de un trámite de control específico como es el “pase de movilidad” -un pasaporte sanitario- es a la vez el máximo triunfo de una práctica de poder, mas que por las propias consecuencias inmediatas –requisitos de ingreso a la rumba- es el disciplinamiento de la psiquis, al incorporar una medida tan intrusiva como la de colocar a disposición de un sujeto externo, sin facultades de fuerza, para validar a partir de una huella digital la posibilidad del goce.

Insisto que el hecho que estos instrumentos existan para contener una enfermedad tan letal como el COVID, en mi entendimiento, es correcto y necesario. Lo que quiero relevar es que a la vez no veo otro modo para verificar el cumplimiento de la campaña de vacunación –otro instrumentos de biopoder, una carga civil que se suman –por ejemplo- al mismo nivel que la escolaridad obligatoria, el “servicio militar”, el cumplimiento del pago de alimentos de parte de los padre, o los impuestos, etc.

DOS. Si fuéramos capaces de encontrar el modo de controlar todo lo que a cierto número de hombre les puede suceder; de disponer de todo lo que los rodea a fin de causar en cada uno de ellos la impresión que quisiéramos producir; de cerciorarnos de sus movimientos, de sus relaciones, de todas las circunstancias de su vida (…) es indudable que un medio de esta índole sería un instrumento muy potente y ventajoso, que los gobiernos podrían aplicar a diferentes propósitos, según su trascendencia”.

Jeremy Bentham en 1780 proyectaba una arquitectura del control centrado en aquellas instituciones que la modernidad nos iba legado: cárcel, escuela, hospital, correccionales entre otras. Ese diseño se conoce como panóptico y el mismo Foucault rescata esta noción y la lleva a la centralidad de la crítica institucional del estado en la década de 1970.

Al leer el texto original de Bentham, un fragmento de la presentación que realiza a la asamblea legislativa francesa, da pistas de la perspectiva de control de los estados-nación en la modernidad, especialmente si utilizamos la idea del mismo Foucault de la constitución de “cuerpos dóciles” (en Vigilar y Castigar). La técnica de control será útil en la medida en que disciplina el cuerpo de los individuos, en tanto el Estado no requiere otros recursos que los propios del celador y sus instrumentos para asegurarse que cada sujeto en su fuero interno obedezca y cumpla las medidas que ha impuesto en tanto razón de estado, en esta coyuntura el decreto de emergencia sanitaria que regula, de modo excepcional, la vigencia de restricciones.

En este caso, es la justificación política fundada de emergencia sanitaria explica  la utilización de herramientas de control generadas por algoritmos binarios (los ejemplos que conocimos en China para enfrentar la pandemia son esclarecedores: avanzaron prácticamente una generación en la implementación de instrumentos generados por IA en el control de las restricciones ordenadas por la autoridad) que permiten saber quién/cuándo/cómo se realizan las actividades en lugares, como Maestra Vida, que en su interacción tiene riesgos sanitarios, para el caso el contacto estrecho que exige el baile.

Creo que lo que estamos practicando son modos cada vez más sofisticados que estarán a disposición de los Estados para controlar distintas formas de goce que para la autoridad son riesgosas, o en casos específicos, puedan ser subversivos para el propio orden institucional.

No es descabellado suponer estos modos de control en un contexto de efervescencia sociopolítica en el que un gobierno sienta que debe activar esta experiencia y conocimiento, la transforme en una regla que exceda la excepcionalidad de una coyuntura sanitaria, y se instale en el modo habitual de las interacciones del “buen miembro de la comunidad”.

Como sea, cada vez que debo escanear un código QR y me informa si ha o no cumplido con las vacunas, y muy a pesar de lo que yo mismo pueda pensar en lo correcto que es la campaña de vacunación, estoy contribuyendo en instalar una pieza más en la formación de cuerpos dóciles, sofisticando en panóptico y fortaleciendo los mecanismos del biopoder.





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