Vacunas, acciones y recuerdos
El año 2010 pertenecía a Defensoría Popular. Mi rol consistía –entre otras tareas- en generar nuevos espacios de aplicación del modelo de gestión, yo como director ejecutivo de la ONG, por lo mismo en esa etapa servimos a varias iniciativas diversas, que iban más allá de lo que señalaba nuestra descripción político-institucional “Asistencia legal a luchadores sociales”.
A principios del año 2009 la OMS informó de la existencia de
una enfermedad respiratoria altamente contagiosa denominada A (H1N1), conocida
popularmente como “gripe porcina”, pues su origen era zoonótico, habría surgido
del contacto de humanos en el manejo de cerdos en China.
En ese contexto me correspondió recibir a un grupo de
personas que nos solicitaron patrocinar un recurso de protección para evitar el
inicio de una campaña de vacunación contra de la influenza A (H1N1), recurso
que se fundaba sobre varios supuestos que circulaban en internet y que se
centraban en tres ideas:
1.- Principio de precaución, una doctrina relativamente
reciente fundada en las practicas legislativas en Europa desde el año 2000 que
señala que ante una duda o falta de certeza de algún elemento o producto que en
relación con la población pudiera generar contraindicaciones, el estado las
debe limitar o inhibir hasta no tener la certeza de su beneficio;
2.- Que existe información científica que en ese momento
relacionaba algunos componentes de vacunas con ciertas enfermedades, usando de
base el informe “Wakefield” de 1998 y publicado en revista científica The Lancet que indicaba que existía una correlación entre
la inoculación de la vacuna MMR (previene sarampión, paperas y rubéola) en relación
con el componente timerosal y la generación del autismo en menores de edad
(aclarar que todo esto fue denunciado como un montaje del médico Andrew
Wakefield que tenía intereses comerciales con el estudio, por este hecho el
profesional fue sancionado en Inglaterra y no puede ejercer de por vida la
actividad médica);
3.- Que ante lo que se consideró, y criticó, como una zigzagueo
de la OMS respecto del impacto de la enfermedad, una campaña de vacunación era
un esfuerzo oneroso e inútil.
En esa época tuve la imprudencia de no profundizar mucho más
en el tema, trabajamos con las abogada que se hizo cargo de la presentación con
el materia que nos allegó Dana, la principal impulsora de la acción.
Posteriormente a la presentación del recurso –que la Corte
rechazó- conversé con un par de personas del ámbito de la salud, al contar de
la experiencia la reacción de reproche fue sonora. Lo menos que me dijo una
amiga enfermera fue que era un irresponsable por prestar espacio para esas
campañas que resistían a una herramienta indispensable para la salud de la
humanidad.
Efectivamente continué leyendo y confirmando con absoluta
claridad los reproches de mis amistades. Efectivamente el aporte sustancial de
campañas de vacunación ha significado una clara ventaja de la especie humana
para superar enfermedades que diezmaron a millones de personas hasta no hace
muchas décadas.
Hoy me viene este recuerdo a raíz que la polémica que en
torno de Maestra Vida ha surgido por la pertinencia de la vacunación que
contiene el avance del SARS-CoV-2, un virus que adquirió el carácter de
pandemia y ha provocado una revolución mundial con consecuencias que estamos recién calibrando.
Hoy me declaro un ferviente defensor de políticas públicas que centrar su estrategia en programas de inmunización masiva para detener la enfermedad, es una medida necesaria a pesar de que surjan "dudas" sobre su efecto, pues es propio de cualquier producto que pudiera significar para un grupo algún efecto secundario, o las implicancias económicas y políticas de la investigación, desarrollo y distribución de las mismas, todas situaciones que se equilibran ante el beneficio evidente de su utilización.
En fin, no volvería a patrocinar algo como aquella acción de 2010, de hecho soy un polemista con aquellos que señalan ideas delirantes y conspirativas que nada aportan a la superación de la crisis.