Convención, la tarea será: crear las condiciones de una Nueva subjetividad
“1. ¿Reconocéis la soberanía de la razón como autoridad de autoridades?
2. ¿Reconocéis la soberanía del pueblo como base de
toda política?
3. ¿Reconocéis el amor y la fraternidad universal como
vida moral?”
(Declaración que los aspirantes a ser parte de la
Sociedad de la Igualdad -1850- debía comprometer al momento de integrarla)
Desde una
perspectiva histórica de mayor alcance, lo que vivimos en junio, la elección de
la Convención Constituyente con su composición diversa y de significativa
presencia popular, es de una trascendencia superlativa. La correlación de
fuerzas abre la posibilidad cierta de desmontar completamente la obra
fundacional que nos legó la dictadura cívico-militar proyectando, además, por
varias décadas instituciones que nacerán del acto constituyente, esperando que
el proceso se consolide fundado, idealmente, una subjetividad de la solidaridad
por sobre los valores del “sálvese quien pueda” que nos legó el neoliberalismo.
Respecto de
la Convención se ha dicho que no hay un precedente en la historia de Chile de un
proceso similar, donde se elija una instancia deliberativa paritaria con
representación de miembros de pueblos originarios pero además, se ha destacado,
con alta presencia de representantes independientes, constituyentes que surgen
de una significativa red de organizaciones territoriales a lo largo y ancho del
país.
El camino
que nos tiene en este momento puede encontrar sus antecedentes hace varios
años, a mediado de la década de 2000, específicamente en la revuelta pingüina
de 2006 -algunos han defendido las movilizaciones estudiantiles llamadas
“mochilazos” del año 2001 como el punto de partida pretérito.
Pero más
allá de identificar el hito promotor, la movilización de hace 15 años es la que
comenzó a fracturar el pacto transicional que dirigió la política desde 1990, exponiendo
una problemática que en sí misma generaba un alto interés social de modo más o
menos transversal: el acceso a la educación, centrada en su calidad y costos
financiero, cuestiones que afectaba a millones de familias.
La generación
de adolescentes que encabezaron protestas y tomas de establecimientos, en algún
momento entre julio y agosto se contaron más de 400 en todo el país, lograron negociar con las autoridades de
gobierno y las élites un acuerdo que transformó de LOCE (Ley Orgánica
Constitucional de Educación) a LGE (Ley General de Educación), cambio que
pretendió ser la solución de las aspiraciones de millones de chilenos.
Sin embargo,
esos estudiantes secundarios de 2006, años después (ya salidos de la enseñanza
media) en el 2011 fundaron un nuevo proceso de reivindicaciones, esa vez por la
gratuidad de la educación, y con aquel programa levantaron la crítica al modelo
adherido a constitución de 1980.
Lo que hoy
estamos viviendo es sin duda la presencia y expresión de un proceso de hondo
impacto social e institucional, pero además ante una épica que expones primero
a los estudiantes con una profunda conciencia social de su papel como estamento
de cambios -la chispa-, junto a otros sectores sociales, excluidos a las “bondades” del sistema, que fueron
configurando una acción crítica en contra del orden hegemónico: pobladores
segregados en el espacio urbano, trabajadores explotados, profesionales
precarizados, jubilados empobrecidos en su vejez, en definitiva una interseccionalidad
de grupos que en un momento de subjetividad colectiva comprenden que la
existencia que entrega el neoliberalismo puede ser transformado no como una
reformada, así mismo como el 2006 la LOCE se transformó, por arte de la magia
tecnocrática, en LGE sin que aquello significara un salto cualitativo de
bienestar para los estudiantes y sus familias que debían pagar onerosos cobros
de la banca para financiar sus estudios.
Existe una
conciencia colectiva que está en etapa de maduración, una denominación que evoluciona
desde grupos sociales “en sí”, a grupos sociales “para sí” (dicho de la
conciencia de clase marxista). El elemento novedoso que permite sostener este
paso usando una noción teórica clasista es la “interseccionalidad”, como
aquella unidad de distintas explotaciones a diversos grupos sociales que van
más allá de la clase como centralidad motor de los cambios que señalaba el
marxismo clásico.
La gran
ventaja que tiene el proceso que estamos viviendo dice relación al contexto
histórico en el que se desarrolla. El neoliberalismo es un sistema abarcador de
las subjetividades, somos tan neoliberales en la medida que nos esforzamos por
competir por el logro meritocrático de los objetivos nucleares –individuo,
familia o clan- y que el Estado –o de modo más general aunque impreciso- lo “público”,
puesto como colectivo, es ineficiente para responder los requerimientos
materiales de la vida social.
Si de algún
modo logramos romper con ese paradigma, y desde el debate de la base
institucional que se propone en la Convención/Asamblea Constituyente, así mismo
como la constitución de 1980 fue la síntesis de un modelo dogmático que fundó
un nuevo tipo de sociedad ultracapitalista, la nueva constitución deberá permitir
la refundación de un tipo de sociedad que abra el horizonte del paradigma de la
diversidad y la interseccionalidad, por lo tanto la posibilidad de una nueva subjetividad.