El fin del héroe de la élite, plaza Dignidad espera un héroe

Historiadores, intelectuales y polemistas de derechas han puesto en debate, desde sus círculos y medios de comunicación, el significado e impacto del retiro –el gobierno ha señalado que momentáneo- de la estatua ecuestre que homenajea al general de ejército Manuel Baquedano.

En sus disquisiciones intentan contener la frustración de aquellos sectores sociales que han gobernado por siglos Chile, imponiendo la hegemonía que significa ser dueños y señores el relato de la historia y de los héroes, sin posibilidad de cuestionamiento, pues a la sazón el papel de ser dueños del relato oficial deja fuera cualquier otra tipo de personaje que teniendo identidad –nombre y apellido- no represente los valor de esa hegemonía. Es tan claro este rasgo, la ausencia de héroes populares, que el único que pudiera tener ese carácter es una representación genérica: la obra del “Roto Chileno” en plaza Yungay, y que justamente es un "homenaje" al gañán que marchó al mando de Baquedano en la Guerra de anexión de territorios al norte de Chile.

En la construcción de General Baquedano como héroe es parte del papel que le fue asignado a personajes como aquel en el fortalecimiento de la identidad nacional, o dicho de otro modo, la confirmación de la “comunidad imaginada”, de la manera como lo expone el historiador británico Benedict Anderson respecto de los procesos de afirmación de una comunidad con identidad común.

La expansión territorial de Chile al norte fue parte de un proceso de anexión que exigió una guerra en la que estuvieron involucrados intereses imperiales ingleses, y que significó foguear un ejército que posteriormente logró consolidar, desde 1880, los territorios del sur del río Bío Bío en el proceso llamado “pacificación de la Araucanía”. En ambas campañas se cuenta al General como el artífice, estatus que le permitió ser el portador del triunfo de las élites que gobernaban Chile.

Qué mejor héroe podía lograr la unidad del pueblo, en quien encarna los mayores valores, deseables virtudes que son el mayor ejemplo para la “chusma”, los “rotos” vencedores como la carne del cañón que lograron imponerse al enemigo de sus patrones, otra élites nacionales igual de deseosas por ampliar su dominio y riqueza.

El juego del ejercito y su general triunfador, representante de la nación, funcionó y fue exitoso por varias décadas. El pueblo veneraba al héroe, y por largos periodos tuvo un significado para la gente. Todo comenzó a cambiar con la misma fuerza en que comenzaron a caer, mentalmente, la validez de las instituciones.

Entrando en el nuevo siglo se encona la crisis de representatividad y legitimidad, fenómeno ampliamente descrito y debatido por académicos sociales, que ponía atención en la pérdida de sentido de ciertos aspectos del relato identitario nacional, más que como falta de significación en símbolos probados como puede ser bandera, canciones, equipo de fútbol, sino en el sentido de cohesión. El que todos somos parte de la misma comunidad, quedaba en entredicho, la verdad es que  había una profunda grieta que colocaba a muchos con pocos espacios de representatividad, lo que rompía la legitimidad de las instituciones que sostenía la democracia pactada en la transición.

Desde ese punto la posibilidad de cuestionar los héroes impuestos por las élites fue cuestión de tiempo.

Baquedano ya no corona un hito central de la ciudad, la frontera de los de arriba respecto de “Los de Abajo”, del modo en que lo expresa el mexicano Mariano Azuela, la antítesis social que el discurso oficial desde el momento que se funda la transición se intentó suprimir por odioso, pues desde eses momento la modernidad tocaría a todos, y por lo tanto la diferencia sería solo la que marcaba las propias capacidades humanas, no las externas de la clase o la que impone alguna segregación.

El octubre de 2019 es el punto que explosionan las energías contenidas al menos por 30 años, y muchos señalan que es la energía de 50 años, si se piensa en el momento de la confrontación del modelo reformista de la Unidad Popular y la contrarreforma revolucionaria de neoliberalismo de derecha. Como sea es ese momento el momento de todas los reclamos pendientes, las rabias, las horas de espera, de la frustración que es necesaria varias generaciones para romper con el estigma de “Los de Abajo”.

Al fin la plaza Dignidad está desprovista de héroe, ahora hay una oportunidad de  fundar un símbolo con identidad que señale los valores populares, si es que eso existe fuera del ámbito de la propia identidad nacional, es de todas maneras una posibilidad.



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