Una rumba light para saltar una pandemia

 “La tribu le está perdiendo el miedo al Leviatán

Frente al confinamiento y a la inacción, en muchos lugares del planeta miembros de comunidades, han comenzado a evaluar sus prioridades. Parece que es mayor el terror a la soledad, que a la enfermedad y la muerte.

El jueves 12 de noviembre de 2020 el equipo de Maestra Vida decidió volver a funcionar con un aforo limitado -respetando un protocolo sanitario que tenía en vista en el horizonte de la enfermedad, y detrás de todo aquello el miedo a la muerte-, dolorosa e incómodo, que se ha dicho, produce el COVID-19.

Fue una prueba. Algunos clientes del local señalaban que era una necesidad que conectaba con la vida, un contrapunto a la inacción producida por las medidas de restricciones decretadas por la autoridad y que ha obligado a millones de personas a suspender la vida social.

Es tan significativo el sentido que puede tener la norma “distancia social”, se ha precavido que es mucho más exacta la formula “distancia física”, pues la condición de “cercanía” social hace referencia al nivel subjetivo de vínculos, en cambio la categoría “física” hace referencia a consideraciones objetivas, por ejemplo el espacio entre dos personas.

Después de 8 meses finalmente se decidió que reabriéramos un jueves. Pero antes asumimos la obligación de elaborar procedimientos y protocolos para los trabajadores y el público que nos acompañaría en esa etapa.

Esos protocolos los preparamos de modo colectivo entre los trabajadores, asumiendo conscientemente que los riesgos bajan cuando cumplimos las medidas que se elaboran colectivamente.

Para el público usamos el modelo que las autoridades sanitarias han puesto a disposición para locales como Maestra Vida: al interior y con atención a mesas.

Se ideó un eslogan: “Rumba light, dulce pero sin azúcar”, con el que se quiso significar que en la etapa se atendería sin todos los elementos que hacen posible la rumba maestrística, el baile, el boche desordenado, el contacto estrecho, los fluidos diversos de la dispersión de madrugada.

La primera semana quedamos en suspendidos. La gran  visita que nos acompañó esos primeros días fue el fracaso. Hacer una rumba desde las 19 a las 23 horas, sin bailes y sin contacto en verdad que era más que light, era sin sabor, y eso lo resintieron especialmente ese grupo que acompañó, fieles y diligentes, que si Maestra fuera una iglesia, aquellos serían los fueles fundamentales, la roca que sostiene el cemento que sostiene esa estructura.

Pero la segunda semana lago sucedió.

Apareció la rebelde conducta, Techi indica que “irresponsable”, del rumbero mastrístico. Fue como si no existieran protocolos, se completaba el aforo de 70 personas y se armaba el boche, baile irrespetuoso y mal intencionado, pero sabroso y salvador, era la “pérdida del miedo al Leviatán”.

Esas conductas eran reprochas por los trabajadores del local, pero eran actos inútiles, la fiesta estaba desatada y como aquel cuento de Pushkin que contaba sobre la fiesta de los que están a punto de morir se encierran en un castillo a esperar el desenlace.

Pero nadie del personal quería terminar en el hospital. Sabían del impacto de la enfermedad por Gonzalo que sobrevivió a una semana de entubación y coma médico, por lo tanto no había posibilidad que el acto rebelde de los pasajeros empujaran a los sirvientes a la catástrofe o la deriva.

El 9 de diciembre se paró nuevamente la fiesta. “Vayan saliendo entonces de ese lugar, que si no acatan órdenes lo sentirán”.

La clientela que acompañó el paréntesis probablemente quedó cargada de rumba, y que en muchos sentidos fue con azúcar, a pesar que estaba restringida.

Es parte de la  historia de este tiempo tan excepcional.

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