2020, el principio de todo lo que vendrá después

 ¿Quién se atreve a redactar una crónica sobre el significado del 2020?

Lo único que se me ocurre es: el mundo cambió rápidamente y para siempre.

Pero aquello lo señalan al unísono cualquier comentarista de la plaza, siendo una especie de certeza que inunda las conversaciones en cualquier rincón, incluso los más íntimos de nuestras existencias.

Para nuestro entorno, para el caso Santiago, barrio Bellavista, Pío Nono con Santa Filomena, la barra o la pista de baile; el cambio ha sido una tormenta sin descanso, un aguacero de mayo, canta Totó La Momposina, que ha dejado un reguero de pesadumbre e incertidumbre.

La primera prueba que tuvimos fue sobrevivir el invierno más crudo de nuestras vidas sociales, sin bajas ni heridos, cosa que cumplimos con lo justo.

El 2020 fue una montaña rusa entre la esperanza y desesperanza. Por ejemplo pasamos del 25 de octubre y su aliento fresco que permite mirar un mejor país, llegar al 12 de noviembre y la fase que permitió la apertura del local, con medidas sanitarias restrictivas de por medio, al 9 de diciembre que tuvimos la última rumba del año, y nuevamente la sombra.

Este tipo de contrapuntos han sido la tónica. Invierno crudo y silencio, primavera fresca que empuja cambios, para caer, nuevamente, en el calor abrasador de lo incierto.

¿Qué nos deja este año?

La verdad es que decir experiencia y aprendizaje cuando tal vez estamos tocando la frontera de la distopía sea muy optimista.

Por lo pronto nos dejé sin noche, en el silencio más absoluto. Se calló cualquier esfuerzo por rumbear, ni siquiera servía la música con bajo volumen, muchos estaban sufriendo, entre mayo y julio cuando la pandemia dejaba la mayor marca de dolor y muerte, y daba un poco de pudor estar rumbeando.

Pero el impulso gregario fue más poderoso que cualquier decreto de confinamiento, y de modo irresponsables la gente salió cuando la primavera llegó, y solo con el estigma de la mascarilla muchos salieron a tomar sol y sentir viento.

Ahora estamos suspendidos, parece que se les pasó la mano (yo me excluyo, pues en la medida de lo posible me mantengo guardado en mi cabaña), y estamos en presencia de una segunda ola que está volviendo la preocupación a mayo, un racconto que nos golpea en el orgullo y las ganas por normalizar la vida, y resulta que los expertos nos insisten que nada volverá a ser como  era antes del 2020.

Pero también este año tuvo de experiencia política un hito sobresaliente que puede dar aliento a las almas más pesimistas.

Millones de habitantes salieron a confirmar la voluntad de cambio, jalonando el modelo hacia la hoguera de la historia, el andamiaje institucional se comienza a desmontar formalmente desde el 25 de octubre con el descollante triunfo de la opción “apruebo” en el plebiscito, un acto que además trajo la apoliticidad de regreso en las nuevas generaciones.

Este año será recordado, probablemente, como el antes y después, el monte que separa las historias de millones de personas en todo el mundo.

De las ideas fuerza de este año: enfermedad/muerte; confinamiento/intimidad; cambios/apruebo; invierno/primavera...

¿Qué hacías para el terremoto de 1987, o 2010? ¿Cuál era tu vida para el plebiscito de 1988 o las movilizaciones de 2011?. Bueno, todos esos hitos en un solo fragmento de tiempo es mucha responsabilidad para un periodo de 12 meses/356 días/ 52 semanas.

Este es el año del cambio, el principio de todo lo que vendrá después, que esperamos sea mejor en todo aquello que nos molestó.



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