Sobre la inocencia y el estado primordial (apuntes)

El primer indicio sobre la inocencia es el de una figura que está asociada, como no, con la tradición cristiana del nuevo testamento y el intento de Herodes por evitar, -nuevamente la responsabilidad aparece vinculada al mensajero: los magos-, el nacimiento de un rey en Judea. Aunque es un pasaje que habla del contexto de la huida de la familia fundacional cristiana, la naturaleza de esta tradición está extendida, en el evangelio de Juan, aunque para algunos estudiosos históricamente ha sido muy difícil corroborar (sí, hay pasajes de las escrituras que se pueden confirmar históricamente).
Este es el punto de entrada para reflexionar de los alcances de esta figura simbólica, que al menos una vez al año aparece asociada en el calendario occidental como “Día de los inocentes”.
La primera referencia que debiéramos tener presente es que etimológicamente “inocente” es “libre de culpa”, o, In es No, nocens es “que daña” (Gómez De Silva). Por lo tanto este adjetivo está cargado de una serie de condiciones que la hacen central en la descripción, al menos, del desarrollo de los ciclos vitales humanos. La inocencia es una condiciones propia del ser humano que es tan significativa como el nacimiento o la muerte. Si miramos con detención, es de los estados con la que cualquier persona carga en su historia.
Dejando de lado los usos que tiene “inocente” para el Derecho, por ejemplo, y solo lo circunscribimos a la etapa de desarrollo humano, la inocencia carga con elementos simbólicos profundos. El inocente no distingue bien/mal, por lo tanto se le excluye de la responsabilidad de sus actos. El inocente, generalmente, depende de una adulto o de una curador que habla por él/ella, de modo que la violencia que se ejerce contra estos es doblemente reprochado por distintas culturas, está indefenso. Por lo mismo la noción de “infanticidio” en algunos sistemas estatales es considerado un crimen particular con penalidades especificas, y en otros sistemas no estatales está revestido de una condicionalidad particular. Ha habido estudios que señalan que esta práctica en sociedad no occidentales se vincula con, primero, control de natalidad para asegurar distintas dimensiones de aquella comunidad (Thomas Barfileld). 

Desde otra perspectiva, hay una relación simbólica especifica entre la maternidad, el cuidad personal y el infante, quien acordemos es el depósito de la carga de la inocencia. En “El libro de los Símbolos” texto que sa basa en el enfoque arquetípico psicoanalista, ubica maternidad-resguardo-infancia en la “cuna”. Vierte una serie de descripciones que ayudan a entender la importancia de este estadio que es una extensión del útero, y que finalmente se proyecta en el ataúd, que también es un elemento que devuelve la inocencia del individuo. Este relato de linealidad nacimiento-inocencia-vida-muerte está marcado por el paso de la cuna, y el inocente le debe una responsabilidad, especialmente cuando de habla en esta sociedad del origen de los individuos a partir de la cuna, la inocencia en este caso sería un momento de no conciencia del distanciamiento que se completa con la carga segregada del sistema social en que se asienta un inocente.
La ruptura de esa origen en la cuna y de inocencia se completa cuando se inicia la etapa de socialización: la escuela, y que de algún modo hace que se pierda la inocencia y se comienza a proyectar los modelos de segregación tan característicos en el capitalismo.

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