Primera estación.

Mía:

Cualquier cosa que te diga no alcanza para cubrir la amplia gama de sensaciones que he sentido en estos 365 día. Y pudieran ser 365 meses, o más aún, 365 años, algo así como tres siglos y unas décadas y con eso solo explicamos, con esmero, la historia de nuestra humanidad.

Todo es poco, o todo cabe en la hoja del loto. Esta hoja, tal vez, todas las páginas de las aventuras que hemos vivido, todo aquello que nuestro intelecto ha imaginado, las largas caminatas, y los momentos de silencio -que son las horas que hemos dormidos abrazados, o dormido separados por la espesura de la ciudad, pero juntos igual-, que es silencio pero no ausencia.

Sabes, creo que yo me moví, viajé desde la indiferencia juvenil, pasé por el dolor y caminé por los callejones oscuros de un desenfreno inconsciente y hedonista, y al llegar a la primera hora de la tarde de mi día, que es la vida, cuando pensaba que me acomodaba esta aventura de dejarme llevar hasta el hastío de la carne, apareciste tú, o nos encontramos, distraídos sin querer por la ocación, y luego por la sorpresa, y luego pasión, y nuevamente la carne, la saliva, y el consuelo, y comentarios impropios de una pareja de enamorados que celebra su primer siglo.

Sabes, estamos cumpliendo el primer mandato de la madurez de los amantes, sobrellevar la cosas de la vida en pareja. 
En hora buena.

Ahora es cuando podemos comenzar a construir.

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