Blade Runner 2049: el problema de la luz-día

UNO. De las cosas que más atrae la “Blade Runner” de Ridley Scott de 1982 son los arcos argumentarles abiertos, y que desde la coherencia de la estética distópica llegan al infinito de posibilidades. Lo explicaré con un ejemplo clásico de esas preguntas casi existenciales que provoca en los fans: ¿Deckard es un  replicante que elimina a sus iguales rebeldes? plausible, más aún viendo el sueño del unicornio (imagen del corte del director del año 1992).
Ese tipo de cuestiones son las que hacen de la versión original una obra de arte del género, un producto que tiene una totalidad de componente: los escenarios, la música, las actuaciones, el ambientes oníricos y grises, el argumento… definitivamente es una obra con “alma”, dicho esto como un oxímoron, una película que habla de lo artificial que busca una conciencia.
Del mismo modo como la versión de Scott tiene un alma -película depositaria de las problemáticas de la década de 1970-, alma que buscan desesperadamente los replicantes rebeldes, la versión “Blade Runner 2049” de Denis Villeneuve carece de la tranquilidad para mostrar una reflexión existencial, es un producto genuino del 2017, con las urgencias de un nuevo fin de mundo, con una distopía que se vive a cada instante, con las advertencias de  Stephen Hawking sobre los alcances y peligros de la  inteligencia artificial sobre la especie humana; ahora con la locura fratricida Trump/Kim Jong-un; calentamiento global y etcétera.


DOS. La luz del “mundo” nunca se ve en  Blade Runner de 1982, solo en el montaje definitivo, de 2007, se agrega una escena final del escape de Deckard y Rachael huyendo de otros blade runner (otra de las preguntas abiertas). 
Esa luz-día es un alivio que en “Blade Runner 2049” carece de sentido, pues lo que en la precuela se da por sentado, Los Angeles saturado de mundialidad, en la “actualidad” de 2049 es la recomposición de un orden que estaba vigente, el triunfo del capitalismo como reconstructor, que hace de una crisis una oportunidad de negocio, una corporación compra las ruinas de otra y sobre esos “derechos intelectuales” monta un espectáculo mercantil. 
El tema de la luz-día, en sentido estrictamente escénico, es que debe mostrar una gama de detalles que con la penumbra solo se insinúan, se haces implícitos. En caso de esta secuela es que debe poner todo a disposición. Y a pesar de que  Villeneuve señala un gris futuro de lluvia intermitente, y radiación, zonas clausuradas, escenificaciones derruidas, las carreteras abandonas, territorios contaminados, los pecados capitales en decadencia, todo un esfuerzo por encontrar un tono distinto a la versión original, pero en esa apuesta pierde el “alma” que tenía la original.

Creo que estamos en presencia de una digna continuadora, con elementos distintos, pero que deja un sabor amargo, una poética que solo logra mostrar en algo la relación de K y Joi.






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