Respecto al sobreviviente y la condición humana.

Un hombre sobrevivió 438 días en el Pacífico sur. Salió de México a fines de 2012 y fue rescatado en la Polinesia el 30 de enero de 2014.
Es la idea suprema de la camino heroico, la superación de las dificultades que presenta la naturaleza, la inmensidad, lo impredecible, ser simples marionetas manejadas por la voluntad de las reglas del infinito, día y noches de mar y estrellas, nubes y lluvia, todo aquello que en nuestras ciudades es controlado y regido por el intelecto del ingeniero, por la domesticación que impulsa la voluntad, por el lucro o la benevolencia de la solidaridad, por la esperanza que genera la agregación de pares, al cuerpo colectivo que todo lo puedo, que todo lo ha podido, que todo lo podrá.
Perdimos el miedo colectivo a la inmensidad, solo surge cuando nos encontramos en esa vastedad sin el resguardo de la técnica, las sofisticadas señales binarias que nos mantienen conectados al instante con todos a nivel global. Esa seguridad permite que las fronteras a lo inconquistado sea un valor superlativo para los osados, los que buscan llevar al extremo las capacidades físicas y mentales, pero qué pasa cuando quien queda a la deriva en medio de ese espacio indomable no busca la “aventura de la vida”.
Tiene dos opciones, morir o sobrevivir.
Me recuerda el caso de la película “Misión Rescate”, que en un sentido muy restringido indaga en esa punta de la cuestión humana, en eso de las fronteras, el control, la planificación, el ingenio humano para alcanzar las nuevas fronteras, Marte, el universo, y de pronto nos encontramos con José Salvador Alvarenga, un pescador que fue dado por muerto a los 90 días de su desaparición y que volvió de esa muerte 300 días después sobrevivido a la inmensidad de lo incontrolado.
En buena hora, pues nos recuerda que somos la molécula que en sumatoria ha logrado cubrir todo el espectro de ambientes, doblegando –para bien, para mal- el horizonte, destruyendo, reconstruyendo, modificando, depredando.

En buena hora, porque nos permite recordar nuestros límites, tan vastos como es vasto el universo. 


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