La lluvia y la bicicleta.

La lluvia y la bicicleta nunca han tenido buena amistad, a lo mucho son conocidas que se observan de lejos, a veces con recelo. En todo caso la lluvia envidia la libertad de la bípeda, mientras esta añora la fuerza de la húmeda soledad. Pero hay veces que han sido amantes feroces, instantes de intimidad forzada en alguna madrugada en que se encuentran en la oscuridad, y sin motivos ni palabras se abrazan como viejos íntimos que de tanta indiferencia se dan cuenta que cada cual desea aquella naturaleza única del otro.
Esta madrugada me topé con ese acto mágico, fui testigo privilegiado, un voyeur involuntario que por fuerza circunstancial aprecié el delirio de los gemidos, el movimiento, que después de los besos incontenidos se desató en un largo abrazo en la cama larga de la avenida casi desierta.
Escuché los latidos de la bicicleta cuando todo el deseo de la lluvia la sostuvo entre sus brazos y yo fui el ventisco impertinente que atestiguo a esta hora el momento aquel.
La lluvia y la bicicleta de tanto evitarse cuando están solas se aman, y el sonido de ese encuentro es único y maravilloso.

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