Una cámara, la vida y la fotografía.
Las fotos fueron una aspiración de niño. Podría
retrotraer el recuerdo a la infancia, al momento en que los eventos se evaporan
entre los quejidos de la imaginación estimulada por el relato de la madre. En
ese primer tiempo recuerdo la casa paterna como un espacio gris, sin color, con
las paredes de cemento sin puntura. Recuerdo que quería cuadros de imágenes
como las que veía en las casas de los vecinos que visitaba. En un impulso
encontré los recortes de quizá qué revista y me parecieron adecuados para darle
dignidad a aquel lugar y los pegue con cola frío o algo por el estilo. Lo
siguiente es sentir el regaño amoroso de la madre y el enojo indiferente del
padre.
Ese, creo, fue el primer momento en que la imagen fotográfica
se conceptualizaba en mí como una idea posible de constituir.
Las fotos eran un accesorio casi suntuario en ese tiempo
para mi pequeña familia de fines de la década de 1970. De hecho fotografías de
aquel tiempo no llegan a las dos docenas en total considerando a mis hermanos,
mi madre y yo.
Y mi gusto por el objeto que suspendía las imágenes
crecía desde la imposibilidad de retratar las escenas importantes o las
personas significativas de aquella vida.
Fue ya con el dinero de mi primer trabajo remunerado,
tendría no más de 15 años, que logré al fin tener mi primara cámara y fue una sencilla
pero indestructible Kodak 110. Fácil de manejar y con los mínimos
requerimientos técnicos logré retratar todo lo que significaba algo para mí en
ese momento, es decir: familia, amigos y militancia política (estas dos últimas
casi eran lo mismo).
Recuerdo de algunas bellas fotos que lamentablemente se
perdieron de forma masiva por dos razones: celos de la mujer que me acompañó
algunos años después y que consideró que desde ese momento no merecía tener
recuerdo donde aparecieran otras mujeres con las cuales compartí; y también perdí muchas fotos porque también
viviendo con ella en una mudanza se perdieron cientos que estaban en una caja y
nunca más supimos de ellas.
Como sea de ese tiempo, mediado de la década de 1990, a
cuando ya estaba ganando terreno las primeras cámaras digitales no tuve
transición, simplemente un día de 2002 un compañero de Maestra Vida me vendió
una reflex análoga Canon m-80 y el mundo se abrió. Saqué muchas que aún
mantengo en tiras de prueba. Blanco y negro y color de 100 asa que permitieron
muy bellas imágenes familiares, sociales y políticas con la artesanía de
obturar con la economía del recurso escaso y la sorpresa casi infantil de saber
si lo que se suponía una buena composición saldría como se suponía y el
resultado un acierto o un fiasco.
El rebelado, la otra parte de la magia, nunca la logré
experimentar por razones diversas pero básicamente porque no tenía ni el
espacio, ni la formación, ni la voluntad de hacerlo. Cuando terminaba uno o dos
royos partía a la tiendo "Fotos Rodríguez" en pasaje Tenderini y
tenía que pedir papel mate o claras y esperar un día para tener las tiras de
prueba y ver qué valía la pena ampliar.
Recuerdo que mi mujer de aquel tiempo, Amaranta, me
acompañó a comprar en una tienda mi primer equipo digital: una Canon de un
modelos que no recuerdo, de esas pocket. Fue el 26 de julio de 2006 y con ese
recurso retraté todo lo que pude. Y el manejo, las repeticiones y formalidades
se amplían hasta el infinito, o al menos hasta que el momento que se pretende
retratar no se acabara.
De ahí a mi primera Sony Alpha que es una línea de reflex
digitales que adquirí en una liquidación y que me amarró gratamente hasta el
día de hoy.
Como las cosas no pueden ser fáciles para un hobby, me
metí también a leer ensayos y técnica fotográfica, a conocer a los clásicos
fotógrafos y libros y revistas que me pudieran orientar en el octavo arte.
Y ahora aquí quiero seguir...