Una Maestra, un rol y un centenario

Creo que algo no está equilibrado, y el insomnio me ayuda a ver las cosas con mayor perspectiva. Y saben que escribo esto mientras intento buscar consuelo entre las líneas de páginas en el espacio binario, contornando el cuerpo para que no desaparezca entre las sombras del teclado.
Pienso en el extraño artificio celebratorio que todo lo cubre, y especialmente en la fiesta de aniversario del antro que me cobija y me da identidad y en la familia extendida que me rodea cuando cambio de rol, saltando de responsabilidades discretas a otras aparentemente resonantes pero igualmente mediocres.
Pienso en las banderas y los símbolos que ya conquistan muchos rincones de la ciudad y el país, entrando en la otra orilla de festividades centenarias, y no puedo dejar de sentir por esa algarabía una contradictoria desazón, algo así como una imposibilidad de comprensión.
Recuerdo que de adolescente evité la canción nacional, me parecía que al entonarla era lo más cercano a reconocer el poder militar de la dictadura. Jamás me permití cantar un himno que humillaba a millones en aquellos años. Llegada la precaria democracia seguí sintiendo que el encuadre mantenía su precariedad, y al fin no me equivoqué, aunque en algún evento partidario de la organización política a la cual integré - el Partido Comunista- abrían los eventos importantes con las estrofas pero que de manera ecuánime modificaban con un “revolución” casi como para empatar tan profunda contradicción.  
Puede ser que el vivir lejos, como los que están en exilio, puede servir para añorar lo que ahora llamamos chilenidad, pero eso no basta para festejar tamañas contradicciones como esta invención del poder, que nos impulsa a venerar emblemas que no sustentan más que las dobles estándar y la hipocresía de la elite.
Menos cuando en este territorio humano, en que se da la espalda con tanta facilidad a la alteridad, a la diferencia, a los seres de color extraño y que al fin lo que realmente se venera es la discriminación y el sufrimiento. No puedo entender cómo se puede alegrar el vivir en una sociedad tan profundamente segregada, desigual y resista.
No tiene sentido un orgullo tan artificial y oportunista.
En algo me consuela el que esta semana estaré celebrando un lugar que en muchos sentidos me ha bajado del caballo y me ha hecho hombre, como recitaba Neruda a su partido, llevo 12 años observando el devenir de la naturaleza humana que transita por Maestra Vida y eso sí que es para estar al menos conforme.
 
(septiembre de 2010)

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