El arte del olvido
En qué nos parecemos tu y yo a la nieve, tú en lo blanca y
galana, yo en deshacerme..
Pienso que es lo mínimo lo que nos une, una coordenada que
nos tiene suponiendo que el otro no se olvida de las palabras que nos
destinamos como una súplica de atención: Hey!! Estoy aquí, nunca me he ido y deseo que no me pierdas de vista, que de todas maneras te espero.
Y ahora qué hacemos con todo esto, qué podremos suponer:
la alegría de un nuevo día, la sospecha de la noche tierna, el paseo por la
cuadra de un templo sin sueño, nuestros nombres ya son recuerdo. Y no quiero
que me olvides, yo voy contando los pasos, las llamadas, las alertas de
jornadas internas, las conversaciones sobre la cobardía de los hombres y la valentía
de los niños, los estremecimientos por los muertos, las locuras de juventud,
las revistas inconclusas en el baño de visitas y todas las películas
inconclusas que partimos por los créditos y no logramos llegar al prólogo.
Supongo que de todo esto hablamos cuando estamos en
silencio, cuando dormimos como fetos, cuando nos revolcamos y nos soplamos
estrellas en el cuello del otro, recuérdame, para que no me olvides, solamente evoca
la primera hora de la mañana, la circunvalación que va de mi cama a tu jornada,
recuérdame dejándote en el taxi, en la calle penumbrosa, entre las miradas
sospechosas, entre las risas voluntariosas que dicen chao. No me olvides como
una sombra que estuvo enteramente presente, pero que por efecto de la rotación
la tarde ha borrado.
Felicidades por tu día, cualquiera que este sea.