Indignados y cambios de rumbo

Mientras escribo la editorial para el tercer número de Revista Maestra Vida, me topo con una cantidad de información referida a una crisis que se percibe en distintos lugares del mundo. Es una onda en expansión que algunos llaman indignación, otro despectivamente identifican con marginados, esta tarde escuchaba a un político norteamericano identificar a sus ciudadanos que protestan en las calles como ignorantes del sistema económico que critican.
Es algo que ha crecido a tal velocidad de país en país, asumiendo las realidades locales pero imponiendo una impronta transversal: Cambiar todo el orden de las cosas.
En nuestro país ha estado vinculado a una serie de incomodidades sociales que estuvieron contenidas por décadas. Las transformaciones sociales y económicas que ofreció el Estado nunca consideró reformas políticas de fondo, más ofreció una serie de modificaciones no estructurales que parecían alcanzar para que la población se preocupara de otras dimensiones, podríamos identificarlas con los proyectos personales o familiares de cada cual.
Una de las grandes reformas políticas se presentó con bombos y platillos incluso con el mote de una nueva Constitución, la que impulsó Ricardo Lagos el año 2005. Pero lo que nada explicó, una de las constantes de todos estos años, es que la complejidad de los cambios se resolvía entre técnicos, y nosotros no tenemos la madurez para comprender estas materias. Pues simple, el orden institucional, que se sostiene en la Constitución, después de la mencionada reforma siguió siendo la misma que salió del constituyente de la dictadura.
Pues resulta que esta Constitución es esencialmente un monolito, no se puede cambiar lo sustancial sin destruirla completamente. Los cambios que se han ofrecido como la panacea democrática no es más que juegos de luces donde lo sustancial sigue siendo el carácter corporativista en lo ideológico y neoliberal en lo económico. Esa es la esencia dogmática que no se toca: principio de subsidiariedad (que como criterio se justifica en la norma rectora de la Unión Europea, pero definitivamente ha sido nefasta para el desarrollo de emprendimientos públicos en nuestro país), o el concepto restrictivo de familia o el sentido unitario de la nación.
Todas estas dimensiones hacen del ordenamiento institucional el gran cortafuego de los cambios que millones piden por todo Chile y parece que es el paso lógico para avanzar en la resolución de la crisis que las autoridades y el sistema de partidos oficiales se niegan a ver.
Este martes leo, además, la columna en El Mercurio de Eugenio Tironi, y les diré que la fin admiro su coherencia con algo de su preocupación de paladín del sistema, dice “Nada ni nadie podrá hacer regresar a sus jaulas a los espíritus animales que inundan las calles de Chile” y pide “fabricar un nuevo modelo…”. Es simple pero a la vez un desafío para los que estamos, en buena hora, en las calles fuera de las jaulas, que no nos vayan a meter en una nueva jaula para estar tranquilo otros 20 años.

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