Fuga y silencio (I)

Lacrima nihil citius arescit: «Nada se seca más rápido que una lágrima».

Todo terminó en un respetadísimo silencio, que para el caso sería algo así como escuchar la música de Alfredo Espinoza, dicho sea de paso, es lejos el mejor jazzista e intérprete de saxo vivo en este rincón del mundo, en un disco que es como estar cerca de un silencio profundo, una tranquilidad que es difícil de explicar porque el silencio es simplemente eso, lo decía un amigo: ausencia de vibraciones.

Esto lo traigo a colación para intentar representar el estado de ánimo que me recorre y me impulsa salir a caminar por la calle, claro que ya es madrugada, pero con horas tan poco transitadas, es improbable encontrar gente lo que hace muy atractiva la idea.
Recuerdo que con Marta solíamos cruzar las manzanas que nos separan del barrio bohemio, entrar a un bar y tomarnos algo antes de volver a hacernos el amor, o simplemente a inventar verdades mientras nos abrazábamos y consumíamos en el cansancio de la jornada laboral y la embriagues de nuestro paseo.
Cerca de mi departamento hay un boliche pequeño que generalmente está abierto hasta la mañana y su regente es un sujeto amable, y como el sueño lo ha pedido en el tedio de la vida, prefiero inventar algo más provechoso de mirar el techo de la habitación.
En ese momento me encuentro en mis pensamientos cuando suena el teléfono. Me sobrecoge por un instante la sorpresa, son pasadas las dos de la mañana –miro inmediatamente el reloj de mi muñeca izquierda- de un día martes, es extraño sospechar de cualquiera que quiera conversar o notificar algo a esta hora. Bajo el volumen del equipo que no está muy fuerte pero pudiera distraer al escuchar a quién llama.

Aló… - pregunto seco para marcar que no estaba durmiendo aún.

Nada por tres segundo. Me enfrento a ese nuevo silencio explicito de alguien que está al otro lado de la línea.

Disculpa, ¿Eduardo? - dice al fin una voz femenina que ya genera inmediatamente una especie de excitación que se expresa en un cosquilleo en el estomago.

¿Con quién hablo?- digo en tono severo pero que no alcanza a sonar agresivo pues me intriga la llamada y no quiero amedrentar.

Sí, disculpa la hora, hablas con Daniela… - lamentablemente nada me decía ese nombre, en realidad ubico dos o tres Daniela, y probablemente más si es que hiciera el esfuerzo, pero en ese momento nada me decía ese nombre.
Ahora yo soy el que pide perdón.
pero no sé con quién hablo.
Uff, que vergüenza, en verdad que esto puede sonar algo extraño pero soy Daniela Barón, nos conocimos hace menos de un año en el puerto, en una fiesta de Francisca Miranda. Datos que rápidamente ordené en a) Francisca Miranda es una chica guapa, inteligente y deslenguada que hace arte y vive del modelaje o algo por el estilo y debo admitir que es muy interesante; b) puerto de Valparaíso hace menos de un año; c) Daniela Barón. A y b me concuerdan inmediatamente pero c no me cuadra.
En ese contexto y como manera de no presionar aún más la situación y que en la voz de la mujer se notaba muy incómoda, preferí cambiar el tono y hacerlo más empático.
No se sienta mal, pero si me da un poco más de luz en su descripción podría ayudarme
Lo dije de tal manera que sonó como si quisiera que se describiera y eso hizo que inmediatamente me sintiera un sinvergüenza comenzando a coquetear con alguien que probablemente conocía, pues nadie haría tamaña imprudencia de llamar a esa hora para no tener algo muy urgente que decir, y claro, ella se quedó en silencio por un instante y sentí su suspiro resignado.
Claro, sé que debe ser raro todo esto, pero cuando nos conocimos tu me diste tu número y me insististe mucho en que cuando estuviera en la ciudad te llamara y yo te dije que generalmente viajo de noche y tu me replicaste que nunca te dormías antes de las cuatro de la mañana.
Me explicó todo aquello con tal "seguridad" que no pude menos que admitirlo como mis palabras -las he declarado en otras oportunidades- aunque no lo recordaba en es caso. Por lo tanto sonaba a “yo” coqueteando con alguien y reconociendo mis gustos debe ser alguna mujer guapa y que inquietó mi alma. El problema es que hasta hace menos de un año yo estaba viviendo con Marta que era en ese tiempo la mujer de mi vida, o algo así como el soporte de mi existencia.
¿Qué hacía yo haciendo esas invitaciones a alguna mujer para que me llamara de madrugada?

Miré la hora nuevamente y pensé que no tenía otra cosa que hacer que reunirme con aquella chica en el bar de la esquina y ver de qué se trataba todo aquello.



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